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P . P ela yo d e Zam u yón 123 Asimismo, esperar para lo porvenir otros tiempos mejores, los del adve= nimiento del triunfo para Cristo, del reinado de Dios sobre la tierra y con= cebir para entonces tales y tales proyectos..., todo eso — digo— podrá ser muy hermoso, muy poético y hasta consolador; pero resulta inútil, tan inútil como poético y hermoso. Ante un peligro actual y grave no caben más que dos soluciones prudentes: arrostrarlo y vencerlo, si se cuenta con fuerzas; o esquivarlo cautamente, si de fuerzas se carece. Pero cerrar los ojos para no verlo y pensar que con eso nos libramos de él resulta estupidez incon= cebible: eso se queda para el avestruz, que oculta su cabeza debajo de la arena del desierto cuando ya no puede escapar al cerco de los cazadores. La vida no se detiene: la sociedad no para su curso; puestos por Dios en medio de ella, no nos queda otra solución que la de caminar a su ritmo o ser lanzados a la orilla. Con otras palabras: O trabajar por resolver su gran problema, el problema de nuestro tiempo, o inutilizarnos. Es dilema inelu= dible. Pero por encima de todas estas razones y necesidades, y ventajas, hay otro motivo más poderoso: La voluntad de Dios, expresamente manifestada a nuestra Orden por su Vicario en la tierra. Su Santidad el Papa Pío X I I defiende lo que él denomina el mundo del trabajo y sus derechos; condena nuevamente el socialismo marxista, reprueba el capitalismo liberal; pero añade: «Por falsos, condenables y peligrosos que hayan sido y sean los caminos que se han seguido, ¿quién, sobre todo siendo sacerdote o cristiano, podrá permanecer sordo al grito que se eleva del profundo y que en el mundo de un Dios justo invoca justicia y espíritu de fraternidad? Sería un silencio culpable e injustificable ante Dios, y contrario al sentimiento iluminado del Apóstol, quien, si inculca que es necesario ser resueltos contra el error, sabe también que es menester estar lleno de consideración hacia los que yerran y tener el ánimo abierto para escuchar sus aspiraciones, sus espe= ranzas y sus motivos» ( 2 4 ). Esto se proclama en general para todo sacerdote y hasta para todo cris= tiano. Pero refiriéndose más explícitamente a nosotros, habló a los Supe= riores de la Orden y demás Padres asistentes al Congreso Interprovincial sobre el Apostolado, celebrado en Roma los días 21 a 27 de noviembre de 1948 ( 2 5 ). Puede decirse que todo el Discurso es una apremiante exhorta 3 ción en tal sentido. Baste citar algún punto más saliente: «Renovando, o, por mejor decir, reavivando el espíritu y las apiracio= nes de vuestro Instituto, queréis escogitar nuevas iniciativas que sintonicen con las mudanzas de los tiempos y de las necesidades. »Los religiosos, principalmente, deben tener muy en el corazón el infun= dir en el siglo en que viven, la savia y la gracia evangélica, y en ganar para sí a los hombres de su tiempo, con argumentos y métodos aptos... Por eso, no podemos menos de aprobar vuestros propósitos...» En la Carta dirigida a nuestro Reverendísimo Padre General inculca (24) Radio-Mensaje navideño de 1942, n.° 31. (25) Boletín Oficial de la Provincia de Frailes Menores Capuchinos de Casti­ lla, 4 (1948) 105-107.

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