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Repetimos que su argumentación es fuerte, estilizada. Metafísicamente exacta. Veámoslo ( 19 ). Nuestro punto de partida es la realidad probada de un ser infinito, que nuestra inteligencia ha captado como llenando y explicando la incompletez de las cosas finitas. Cuál es la relación que pueden guardar estos seres mun= danos, contingentes, limitados con eso que hemos probado ser causa de todo y que lleva en su indeficiencia absoluta la plenitud del ser y de la per= fección? Aquí estamos encarados con la piedra de toque de la filosofía. En ella se han estrellado confusamente los sistemas, cayendo en el panteísmo o en otros errores. Pero eso es volverse atrás en lo comenzado, ya que la pri= mera pregunta por la razón de este mundo fué posible porque el mundo no la tenía en sí mismo. Supuesta, por consiguiente, la distinción real entre Dios y las creatu* ras, el Doctor Seráfico razona: Indudablemente que por muy extensa, múl= tiple y bella que sea la creación, nunca podrá constituir un núcleo de ser suficiente para unirse con un signo de más ( + ) al Infinito. Dejaría éste de ser tal si pudiera sumarse con las creaturas. Al empezar nuestro camino por el ser de las creaturas nos encontramos con que el ser verdadero, auténtico, las trasciende y rebasa infinitamente. Urge, por tanto, una transformación inmediata del significado esencial que esas creaturas tienen para un entendimiento que ya posee la verdad de Dios. En nuestro primer contacto con las cosas, cuando instintivamente se pone nuestro entendimiento a probar su resistencia, aun no estamos desentendidos de la sospecha de que sean ellas el ser fundamental y sin apoyo. No podemos mirarlas de idéntica manera una vez que ha irrumpido en nosotros la idea de Dios clarificando toda nuestra actitud. E l razonamiento humano puede llegar, moviéndose en el terreno de la certeza absoluta a estas tres verdades: Las cosas son distintas de Dios; depen= den de E l; no añaden nada a su perfección. T res principios clarísimos en su prueba por separado; pero que son difíciles de explicar en sus relaciones mutuas. La explicación fundamental de San Buenaventura para estos problemas últimos de la filosofía arranca de la solución al problema de las ideas en Dios. Porque el D ios simplicísimo indudablemente conoce todas las cosas creadas y singulares, y al mismo tiempo hay que salvar la total simplicidad del en= tendimiento y del acto de conocer divinos frente a ese conocimiento múl= tiple ( 2 0 ). Sus largas y geniales disquisiciones sobre las ideas en Dios hacen ver que esa multiplicidad está no en lo que las ideas son en sí mismas; ni 88 S ím b o lo m e ta fís ic o e n la e s p ir itu a lid a d fra n cisca n a la una no contestará nunca a la cuestión precisa que la otra se haya planteado. ha filosofía de Santo Tomás y la de San Buenaventura complétanse como las dos interpretaciones más universales del cristianismo, y porque se completan precisamente, no pueden ni excluirse ni coincidir.» O. C., pp. 469-460. (19) Una selección de textos se pueden ver en Bissen, J. M., O. F. M„ L ’exemplarisme divin selon Saint Bonaventurc, París, 1929, p. 40, notas 1 y 2, p. 91, notas 3, 4 y 5. (20) Quaest. disp. de scientia Christi, II, concl.; lSent. 35, un., 2, concl.; Hexaem., X II, 3.

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