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R . P . B e r n a r d in o d e A rm e lla d a 87 la realidad. A primera vista, hablar de «simbolismo» podría engendrar una sospecha de inautenticidad. Pero el papel de la argumentación consiste en afirmar la garantía de proposiciones que por sí mismas nunca lograrían im= ponerse. Vamos, por consiguiente, a contemplar el proceso metafísicamente pro= fundo por el que hace arrancar todo ese simbolismo de las entrañas de la realidad. Prescindimos de analizar los caminos que sigue para llegar a la existen» cia de Dios. En ellos San Buenaventura conjuga las pruebas metafísicas del aristotelismo con el sentido intuicionista de su mente agustiniana ( 17 ). Un enjuiciamiento más detenido de su posición en este punto nos llevaría de= masiado lejos. Y el problema no interesa tampoco al objeto de nuestro es= tudio. Nos situamos, pues, en el momento preciso en que la mente humana, por un proceso más o menos trabajoso, ha concluido que esta realidad con= tingente reclama con necesidad absoluta la existencia de un ser necesario, acto puro, etc... Aquí el pensamiento bonaventuriano pone su nota más personal. Cam= bia la trayectoria de los pensadores ordinarios ( 18 ). Siente como un arrebato místico ante el hallazgo de Dios. Un arrebato que se mantiene en el cauce de la lógica más acrisolada y perfecta: En vez de continuar el examen date» nido de las creaturas para ir concluyendo verdades acerca de la causa nece= saria, se abandona un instante al chorro de luz que Dios ha dejado escapar del solo vislumbre de su existencia, para dorar con su luminosidad todas las cosas. (17) He aquí un texto en que se ve perfectamente un espíritu de demos- nación por lo sensible, pero que San Buenaventura moldea refinadamente con la luminosidad de su mente agustitiniana. «Y así es llevada la inteligencia, ra­ ciocinando. Del mismo es llevada el alma, experimentando en esta forma: lo pro­ ducido es defectivo respecto de lo primero; de lá misma manera lo compuesto respecto de lo simple; igualmente lo mixto respecto de lo puro, y así de los de­ más; luego dicen privaciones.. Pero las privacicones no son conocidas sino por los hábitos. Lo recto, en efecto, es juez de sí mismo y de lo oblicuo. Y si toda cognición se hace de cognición preexistente: luego necesariamente la inteligencia experimenta en sí que tiene cierta luz por la cual conozca al primer ser.» (He- xaem., 29-30.) Para ver las pruebas, Cfr. Coll in Hcxaem X , 12-18. (18) No quiere decir esto que haya contradicción entre el sistema bonaven­ turiano y los demás sistemas. Es, como decimos, diferencia de trayectoria por la que se puede llegar a distintos aspectos de una verdad única. Cabe aquí la cita de las palabras con que Gilson termina su magistral estudio sobre la fi­ losofía del Doctor Seráfico: «Comprenderáse. por tanfo, que nunca sea riguro­ samente comparable en ning'uno de sus puntos con la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Desde luego que sería absurdo negar su conformidad fundamental; son dos doctrinas cristianas, y por lo mismo toda amenaza contra la fe las halla unidas para hacerle frente... Las tentativas a que se entregan a las veces sus intérpretes para transformar en una unidad de contenido la armonía funda­ mental que hemos señalado entre los dos sistemas, pueden ser de antemano consideradas como inútiles y vanas desde su principio; pues es claro que es­ tando organizadas ambas doctrinas sobre preocupaciones iniciales distintas, nunca mirarán los mismos problemas bajo el mismo aspecto, y que por consiguiente

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