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Pero aquella Orden de Frailes dedicados al ministerio apostólico exigió cada día más, en su necesaria evolución, una legislación organizada y menos idealista, que le diera estabilidad. Los tiempos heroicos no pueden ser dura= deros ni extenderse como ley a una sociedad de hombres. Y también se unió la necesidad de una dedicación más decidida a los estudios ( 8 ). E l choque fué natural. Los más enamorados del ideal franciscano lo guardaban con ese tesón amoroso que en todas partes imagina atentados con= tra su pureza. Fué angustiosa su voz de protesta ante aquel gran Colegio de París, que parecía haber enterrado bajo sus cimientos el espíritu de la humilde Porciúncula ( 9 ). Hasta se iniciaron disensiones y luchas sordas al amparo de las mejores intenciones. Era penoso aquel ambiente cargado a causa de la difícil composición del idealismo con la realidad. Fué entonces cuando apareció el hombre más providencial de la his= toria franciscana, después del Seráfico Fundador. Era teólogo, general de la Fraternidad y santo. Por teólogo, contaba con la simpatía de los pondera* dos intelectuales. Por santo, pudo captarse la admiración de los más rígi= dos espiritualistas. Y por general de la Orden, tuvo en su mano la influencia autoritaria en unos y en otros. Iba a lograr la difícil síntesis de aquellos elementos que, si todos poseían valores indudables, no acababan de llegar a la comprensión y compenetración mutuas, por creerse a sí mismos dema= siado absolutos. Por eso, San Buenaventura se cuidó muy bien de poner frente a frente el espíritu franciscano y las ciencias filosófico=teológicas. Comenzó por extraer de ese espíritu una filosofía, una teología que, en su prudente fide= lidad a la línea tradicional, consiguió una elevación señera. G ilson le coloca en el ápice de la gloriosa tradición agustiniana ( 10 ), con todos los elementos en su mano, para darnos el tesoro de una ciencia espiritual, que, acomodado 84 S ím b o lo m e ta fís ic o e n la e s p ir itu a lid a d fra n cisca n a ( 8 ) A este propósito nos parece muy oportuno el pensamiento del P. Ehrle sobre el progreso de muchas ideas en la evolución de las Ordenes Religiosas. Dice así: «Dios se sirve inspirar a los santos fundadores un croquis o esbozo ¡general de la obra que han de llevar a cabo, pero deja no raras veces la pun­ tuación de la misma a las causas segundas, a los sucesos y experiencias de la vida, mediante los cuales va adquiriendo la fundación cierto progresivo des­ arrollo. Esto se observa en San Francisco, lo mismo que en Santo Domingo y San Ignacio de Loyola. Es, por tanto, una equivocación establecer o considerar el primer periodo de su realización como la propia expresión del ideal completo, como el punto máximo de elevación y, en consecuencia, mirar todo posterior desenvolvimiento como una cierta apostasía, como un descenso del ideal, y acu­ sar de disolventes o destructoras a las fuerzas motoras que la dirigen.» E h lre , S. I., Franz, Die Spiritualen, ihr Verhältnis zum. Franziskanerorden und zu den Fratizellen, en A L K G, t. III, p. 558. (9) Cfr. Paris, O. F . M. Cap., Gratien de, Historia de la Fundación y évo- lución de la Orden de Frailes Menores en el siglo X III, Vers. española de V. de Larrainzar, O. F. M. Cap., Buenos Aires, 1947. (10) Cfr. G ilson , O. C., pp. 449-470. Sus palabras contienen una alabanza sin restricciones. Dice así en un lugar: «La doctrina de San Buenaventura marca, pues, a nuestros ojos, el punto culminante de la mística especulativa, y cons­ tituye la más completa síntesis que ésta haya nunca realizado.» Ibid., p. 469.

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