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II. P . B e r n a r d in o d e A rm e lla d a 105 Ejemplarismo .— La propiedad o derecho sobre las cosas creadas, con exclusión de los otros, es indudablemente una necesidad social, después del primer pecado de Adán. Y su fundamento tiene que descansar última= mente en que las cosas valen algo por sí mismas. Hay que tomar una actitud de preocupación ante la realidad absoluta de las cosas que en sí mismas encierran un valor. Pero el alma franciscana, considerando estas creaturas en su metafísica, y purificada razón de expresividad divina, es incapaz de tomar ante ellas una actitud señorial de dominio. Y para el santo afán de considerar las cosas desde el punto de Dios, resulta necesaria la independencia de las creaturas, en cuanto que ellas llaman nuestra atención por su valor cerrado e intrascen= dente. E l simbolismo metafísico les tiene que dar un sentido de fugacidad, de peregrinación, de itinerario. Son para ir a Dios, no para quedarse en ellas. Y el derecho exclusivo siempre nos liga de algún modo, nos detiene, por poco que sea, en la marcha hacia nuestro fin eterno. Y aunque sean luz de D ios, verbo, siempre serán perjudiciales si no cumplen su papel, que es esencialmente conducir y no ligar. Am or .— Esta fué la razón concreta por la que Francisco abrazó la pobreza. No fué por la consideración filosófica de la vanidad y lo despreciable de las cosas mundanas. Tampoco se apartó de las riquezas y de la propiedad por una necesidad ascética de vencerse a sí mismo y de dominar la concupis= cencia. N i siquiera se abrazó a la vida estrecha por un afán reformista, ya que nadie menos que el mismo San Francisco pensó introducir con su Orden una reforma de la sociedad. Su verdadero motivo fué únicamente el amor a Cristo. E l amor encendido que se abraza al amado por la imitación. Es la razón que da en la Regla: «Porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo') ( 9 4 ). E l amor de Cristo, que lleva a la imitación, a ser pobre como E l. Y el amor ordenado que tiene que transverberar las cosas y despreciarlas cuando se oponen y ciegan para el amor de Dios. T a l es el fundamento de la pobreza altísima del Franciscanismo. C O N C L U S IO N Podríamos continuar de modo semejante nuestro estudio por la inmensa galería de las virtudes franciscanas. Quedan en perspectiva y en potencia muchas cosas interesantes. Por ejemplo: la penetración en el sentido de la tan característica simplicidad franciscana, que es otra consecuencia lógica del ejemplarismo metafísico de las cosas. Porque ante un mundo que es cla= ridad y luz, verbo y expresión de Dios, no puede concebirse una complica» ción espiritual que tiene que contar con las oscuridades, ya que la ininteli* gencia y la duda se engendran en los ocultismos. E l alma auténticamente franciscana tiene que purificarse dejando entrada (94) «Quia Dominus pro nobis sc fecit pauperem in hoc mundo», Regula II, in Opusc. cit., p. 6 S.

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