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Tomó la pobreza como una esposa a la que libraba del olvido de los hombres. Y a ella dedicó los más encendidos elogios. «Siempre prefería glo= riarse en los privilegios de la santa pobreza, a la cual solía llamar con los nombres, unas veces de Madre, otras de Esposa y más frecuentemente con el de Señora» ( 8 9 ). Consideraba la pobreza como el camino más seguro para la salvación, ya que la verdadera virtud de la pobreza es fundamento de la humildad y raíz de toda perfección. Veía ocultos en ella múltiples y abun= dantísimos frutos. «Esta virtud — decía— es aquel tesoro evangélico escon=> dido en el campo, para comprar el cual han de venderse todas las cosas y despreciar por amor suyo las que no pueden venderse» ( 9 0 ). Pero su ideal de pobreza no se restringía a las cosas materiales que se pueden comprar y vender. Para él la cumbre de esta virtud estaba en la renun= cia a lahumana prudencia y a la misma pericia en las letras, a fin de que despojadael alma de esa vana posesión, pudiera penetrar en las obras del poder de Dios y, desnuda de todo afecto terreno, se entregase enteramente en brazos del Señor. No creía que alguien renunciara perfectamente a la va» nidad del siglo si dentro de su corazón conservaba algún lugar para el amor propio ( 9 1 ). En la pobreza encontró el Seráfico Patriarca el camino más seguro y cierto por el que él y su Orden llegarían a la perfección evangélica. Así se lo declaró en cierta ocasión a Fray Maseo: «Oh hermano querido, el tesoro de la santa pobreza es tan sublime y tan divino que nosotros no somos dignos de poseerlo en vasos tan viles. Porque ésta es la virtud celestial por la que se pisotean las cosas terrenas y trasitorias. Ella quita de en medio los obstáculos, para que el espíritu humano se una libremente al Señor eterno. Ella es quien hace al alma, aun mientras está en la tierra, vivir con los ángeles en el cielo. Compañera de Cristo en la C ruz, se esconde también con E l en el sepulcro y en su compañía resucita y sube al cielo, ya que aun en esta vida pro= porciona la dote de la agilidad para volar sobre los cielos a las almas que le consagran su amor, pues ella custodia las almas de la verdadera humildad y caridad^ ( 9 2 ). Nos van a bastar estos datos y una llamada a la historia del Francisca» nismo, en que las mayores luchas y disensiones han sido motivadas por el entusiasmo del ideal de pobreza ante las contemporizaciones con el mun= do ( 9 3 ), para seguir convencidos de que la pobreza evangélica es una virtud que no puede robarse al franciscanismo sin deformarle esencialmente. Pasemos a ver la relación que guarda con la esencia del espíritu fran= ciscano, que hemos centrado abstractamente en el ejemplarismo y en el amor. 104 S ím b o lo m e ta fís ic o e n la e s p ir itu a lid a d fra n cis ca n a (89) S. Buenaventura, Legenda, cap. 7, n. 6 . (90) Idem. Ibid., ibid., n. 1. (91) Cfr. Idem, Ibid., ibid., n. 2. (92) De conformitate, in «Analecta Franc.», t. V, p. 103. (93) Cfr. Aspurz, o. c.; Gemelli, A , O. F. M., El Franciscanismo, Trad, dp G. Monzón, O. F. M., Barcelona, 1940, etc.

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