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R . P . B e r n a r d in o d e A m e l l a d a 103 Y el otro principio es el amor. E l Padre Garrigou=Lagrange, con super= ficialidad partidista, quiso poner la Cristología de Escoto en contradicción con el espíritu de San Francisco de Asís y de San Buenaventura, tan devotos de la pasión del Salvador ( 8 4 ). Considerando desde su raíz este problema podemos ver perfectamente que en todas estas manifestaciones de la piedad cristocéntrica franciscana existe homogeneidad de evolución. Todo va fluyendo de aquel principio de la primacía del amor en las manifestaciones divinas. Porque si la espir¡= tualidad franciscana se ha sentido arrebatada por un devoto y compasivo entusiasmo ante la Pasión de Cristo, es porque ve en ella el gran amor que se entrega liberalmente. Para otra concepción teológica la Encarnacíón=Pasión será mas que nada una obra reparadora en que Cristo aparece como víctima de la justicia de Dios, ya que la razón motiva de su existencia no sería otra que la de resturar la creación por el sufrimiento y por la muerte. E l Cristocentrismo de Escoto se pone en la línea primera. Amor de libe= ralidad: He aquí la razón por la que Cristo existe. Dios le ha querido como el culmen, el summum amabile de la creación. Y su existencia no estuvo condi= cionada a la caída de los hombres. Verdad que en la permisión del pecado resplandece de modo admirabe la sabiduría y la providencia divina, que en la caída encontró ocasión para el sacrificio de Cristo y su copiosa redención, hasta el punto de que se pueda exclamar: O felix culpa... Pero la razón última de todo, y que no puede sujetarse a condiciones, está en el amor de Dios, soberanamente difusivo de sí mismo. ■}. Pobreza. E l nombre sólo de esta virtud que corresponde a la primera bienaventu= ranza, trae inmediatamente el recuerdo de Francisco de Asís, que ha sido llamado por la historia II Poverello, el pobrecillo. En las fuentes de la Historia Franciscana tal vez no encontramos datos tan insistentes y enternecedores sobre virtud alguna como sobre la santa Pobreza, la virtud que hizo llorar al Cardenal de Ostia cuando asistió a un capítulo en la Porciúncula ( 8 5 ). La caridad heroica de cada santo encuentra siempre en alguna virtud particular el campo más abonado para su crecimiento. En Francisco fué la pobreza, según lo afirma San Buenaventura en su Leyenda: «Entre la multitud de celestiales carismas que Francisco re= cibió del Dador de todo bien, mereció por una gracia especialí= sima crecer en las riquezas de la caridad mediante su ardiente amor a la virtud de la Pobreza» ( 8 6 ). Hablando de ella a sus hijos, decía «que ella debía ser el camino de la perfección, prenda y arras de riquezas eternas» ( 8 7 ). Y nada quería tener en propiedad para poseer más plenamente las cosas de Dios ( 8 8 ). (84) Garrigou-Lagrange, R., O. P., De Christo Salvatore, Turín, 1945, p. 71. (85) Legenda trium sociorum, cap. 56. ( 86 ) S. Buenaventura, Legenda, cap. 7, n. 1. (87) C elano , Vita II, n. 55. ( 88 ) Id. Vita 1, n. 44.

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