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Verbo Encarnado, es el primer objeto del decreto eterno de Dios. Y lo prueba con abundancia y con firmeza fundando su argumentación precisamente en el principio arriba analizado de la primacía del amor. E l amor de Dios es la suprema razón, la intención primera de todos los decretos divinos. Por el amor que a sí mismo se tiene, creó Dios todas las cosas. Deus autem universa propter se creavit, unde Deus diligens se propter se haec facit ( 8 o). Pero esta razón, que reside en el amor de Dios, no tiene como fin un aumento de su perfección, sino la comunicación y manifestación de sí misma. Y así Dios, con su amor perfecto y liberal, que no se busca a sí mismo, sino el bien del amado, no se reservó para sí solo el objeto de su amor, sino que hizo las cosas de tal manera que ellos le amaran y poseyeran. Qui enim amat se primo ordinate, et per consequens non inordi* nate zelando vel invidendo isto modo, secundo vult habere alios diligentes, et hoc est velle alios habere amorem suum in se ( 8 1 ). Entre estos participantes de su amor quiso Dios que hubiera uno a quien poder entregarse y amarlo de modo infinito y ser a su vez infinitamente ama^ do por él. Un ser tan sublime debería ser al mismo tiempo Dios y creatura, infinito y finito. Infinito para que el Padre pusiera en él toda su divina com= placencia; finito, para que perteneciera a la creación. Este summum opus Dei, culmen de la creación, Dios y Hombre, es Jesucrito Nuestro Señor, en quien la humanidad se halla hipostáticamente unida a la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ahora bien; Dios, para proceder rectamente, tiene que querer primero el fin, después lo que se ordena inmediatamente al fin y, por último, lo que se refiere al mismo sólo mediatamente. Y Cristo está ordenado de un modo supereminente al fin de Dios, que es la gloria divina por medio del amor. E l tiene que ser, pues, Primogenitus omnis creaturae ( 8 2 ). Y así tenemos a Cristo constituido en la intención primera de la Santí» sima Trinidad , en el objeto inicial de todos sus decretos. E l infinito amol­ de Cristo, he aquí la respuesta franciscana a la cuestión profunda de cur Deus homo. Volviendo ahora la reflexión a los dos principios que van siendo nuestro tema, hallamos una vez más la admirable correspondencia que existe entre los mismos y el cristocentrismo doctrinalmentB consumado en Escoto. Ejemplarismo: Una expresión metafísica del concierto melodioso que forma la creación entera pregonando a Dios. Todo son voces que hablan de Dios. Pero entre los acordados gritos se levanta sonora y potente una gran Voz. La más arrebatadora que en la creación se ha oído. E l mismo Verbo del Padre que se hizo carne humana para enseñar y para llamar. Y porque E l es el primero y el último ( 8 3 ), ningún ejemplarismo será ejemplarismo, nin= guna voz conservará su timbre delicado y divino si no va afinada y conso= nante con el ejemplarismo de Cristo, Imagen perfecta del Padre, nota funda= mental de toda la creación. 102 S ím b o lo m e ta fís ic o e n la e s p ir itu a lid a d fra n cis ca n a (80) Reportata Parisiensia, 4, d. 49, q. 7, n. 10. (81) Sent. L. XII, dist. 32, q. un., n. 6 . (82) Col., 1, 15. (83) Apoc., 22, 13.

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