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R . P . B e m a r d in o d e A rm e lla d a 99 dicis quaecumque dicis, et fit quidquid dicis, nec aliter quam dicendo facis (6o). Toda la creación, por tanto, está unida filialmente al Padre. Por esta razón honda viene a convertirse todo en fraternidad universal. Y la frater= nidad es fundamento para un amor muy sublimado. Es, pues, nuestra con* dición esencial la que nos exige cordialidad sincera y emocionada para con esas cosas — todas las cosas— que proceden del mismo pecho del Padre que nosotros. Porque Dios hizo paternalmente no sólo a los hijos, peregrinos hacia su amor, que somos los hombres; sino también el camino que hasta él nos con* duce, la creación. Esta es la razón que nos da expresamente San Buenaventura: Consideratione quoque primi originis omniurn abundantiori pie * tate repletus, creaturas quamtumlibet parvas fratris vel sororis appellabat nominibus, pro eo quod sciebat, eas unum secum habere principium ( 6 o). 2 . C risto ce n trism o . Llegamos a otro punto de los más característicos de la espiritualidad fran= ciscana: E l Cristocentrismo. Vimos arriba cómo hay muchos que en el amor a Cristo encuentran la peculiaridad fundamental del franciscanismo. Que es algo muy suyo se prueba fácilmente. Recordemos brevemente que el hombre, de hecho, ha sido creado — por gracia y liberalidad divina— para poseer a Dios eternamente, por la visión beatífica y la caridad que nunca se extingue: Videmus nunc per speculurn et in enigmate, tune autem facie ad faciem ( 6 2 ); chantas numquam excidit ( 6 3 ). Mas para obtener este fin necesita el hombre una elevación de su estado mera* mente natural, a un estado de elevación, de gracia sobrenatural, que en la economía actual se nos da mediante la obra redentora de Cristo, Verbo Encarnado. Deus factus est homo, ut homo fieret, Deus, que dice San Agustín. Jesucristo, pues, como Hombre=Dios, es la causa fontal, eficiente, meri= toria y ejemplar de toda santidad. E l fin sobrenatural del hombre es la filia* ción divina mediante la conformación con Cristo, que nos une a sí mística» mente como miembros suyos. Debemos, como quiere el Apóstol, «revestir* nos de Cristo» ( 6 5 ), «ser injertados en E l por la semejanza de su muerte» ( 6 6 ), dejarle «vivir en nosotros» ( 6 7 ). Realizar en nosotros el misterio de Cristo, he aquí el resumen concreto de toda santidad. Y San Francisco, para cuyo ingenio poco discursivo no (¿0) Cit. en S. Buenaventura, I Sent. d. 27, p. 2, a. un. (61) Legenda, cap. 8 , n. 6 . (62) I Cor., 13, 12. (63) I Cor., 13, 8 . (64) Texto atribuido a San Agustín, Sermones de tempore, sermón 128; ML 8 , 1997. (65) Col., 3, 2. ( 66 ) Rom., 6 , 5. (67) Gal., 2, 20.
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