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R . P . B ern a rc lin o ele A rm e lla c la 93 de mucha escoria y confusionismo. Lo repite en su obra más clásica y aquí* latada, Itinerarium mentís ¡n D eum : Primus modus ( contemplando) primo et principaliter defigit aspectum in ipsum esse, dicens qui est est primum nomen Dei ( 4 1 ). Mas para pasar al aspecto de verdadero que ese ser entraña en cuanto que es conforme con su regla (conformidad de Dios consigo mismo), se necesita ya un dinamismo esencial por el que el «ser» se encuentre a sí mis* mo para confesarse verdad ( 4 2 ). Después de ese encuentro, cabe ya su afir= mación de verdadero por el entendimiento y su deseo o posesión plácida y amorosa por la voluntad. Es decir, que antes de la operación de las faculta* des existe un fundamento doble y común para las mismas. Un fundamento doble: «ser» y «dínamis». Y común: porque los respectos surgidos con el en* tendimiento y con la voluntad, ambos presuponen el fundamento anterior. La aclaración pretendida no aparecerá complicada si advertimos que el «bien» de que hablamos ahora no es el definido por la relación con la vo= luntad. Es una correspondencia y como conclusión del «ser». Y notemos que, a su vez, el «ser» no se define tampoco por su relación al entendimiento. Tenemos, pues, un ser=bien absoluto e inicial. Sigue después la que podríamos llamar captación por el entendimiento de ese objeto. Y el ser=bien se convierte en verdadero. Avanzando más todavía, sentiremos la necesidad de una conclusión o correspondencia de este «verdadero» paralela a ese bien que dinamiza al ser. Y la encontramos en un segundo respecto de bien, que se capta y se define por su relación a la voluntad. Así tendríamos una solución a muchos embrollos y una posición clara dentro de las diferencias de sistema. Dos ecuaciones, por consiguiente: S E R — B IE N , que enfocadas — po= dríamos decir— por las facultades racionales, se convierten en V E R D A D — B IE N . La misma palabra en este segundo término, pero que ahora tiene una significación distinta: Se la considera bajo la formalidad de bien captado, de amable, B IE N — A M A B IL ID A D . Pero no hay que perder de vista que la verdad surge del ser por el bien — el de la primera ecuación— , que en algún sentido podremos llamar absoluto, sin que se la pueda anteponer lógicamente al mismo. Y el último bien — ama* bilidad, apetibilidad— presupone a su vez la verdad, que aclara el ser=bien, produciendo la tendencia — no metafísica, que ya se presupone en el ser— , sino psicológica y refleja, como acto de una facultad ( 4 3 ). Una vez dilucidada la posición del problema, pasamos a la cuestión del (41) Itiner, c. 5, n. 2. (42) En toda esta explicación metafísica de los transcendentales por medio de signos no hay que dar a las palabras que indican prioridad o posterioridad, más alcance que el que permite la exclusión de toda distinción real y aun ló­ gica fundamentada—v. gr. en el ser de Dios—, que envuelven estos conceptos. Pero esto no quiere tampoco decir que nuestro raciocinio sea un mero juego de palabras. (43) Con ideas parecidas, en que desearíamos tal vez algo más de precisión, explica Zubiri la concepción griega del amor. Zubirt, Xavier. Naturaleza, Histo­ ria, Dios, Madrid, 1944, p. 501 ss.

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