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42 E l cristianismo y las masas juzgando su acción con un criterio «momentáneo», defendiendo la convenien» da del momento. La lucha no era meramente religiosa, como no lo es la pre» sente, y por motivos religiosos se tomó una posición política en medio de un pueblo cristiano dividido, situando a la Iglesia en un bando que, por ofrecer resistencia a los nuevos modos invasores, estaba irremisiblemente condenado a la derrota. Es indudable que la Iglesia francesa se vinculó demasiado por su nació» nalismo a las grandes Cortes, desde Luis XV y llegado el momento, trágica» mente decisivo, de la Revolución, en la conciencia pública francesa la Iglesia era uno de los tres estados contra los que se encara la revolución burguesa. El cristianismo no puede vincularse a ninguna de las formas históricas sobre las que debe pasar haciendo el bien. No hay duda que a los que analizamos la situación a distancia suficiente para dominar la ejecutoria histórica, nos hubiera gustado contemplar el espectáculo de una Iglesia en navegación bien norteada, aligerada de compro» misos políticos, libre en el severo y humano mensaje evangélico. Una Iglesia menos cortesana en Francia y un clero menos politiquero en España hubieran prestado mejor servicio al Cristianismo. Tú, lector, puedes objetar algo por la vinculación existente entre el error doctrinal y la política que lo sostenía. Es verdad. No puedo extenderme, no es mi propósito éste. Pero me has dado la mejor oportunidad para pre= sentar uno de los pensamientos básicos de mi trabajo, el apostolado entre «las masas». Es la misma situación. En la época liberal la Iglesia, o parte muy con» siderable de la misma, no debió nunca defender unos intereses políticos inoportunos; pero, al mismo tiempo, cumpliendo la tarea evangélica de adoc» trinar a las masas, exponiendo todos los errores, formando la conciencia del pueblo cristiano, de manera que éste llegase a comprender la posición única de la Iglesia de Cristo, se habría evitado el confuso maridaje político=reli= gioso. Se instruye al pueblo sistemáticamente sobre los sacramentos y el decá» logo. En la época moderna, junto a estos dos adoctrinamientos, se hace imprescindible una doctrina sobre la Iglesia. Que todos los cristianos com» prendan claramente la misión santificadora de la misma, que no es incumben» cia suya intervenir en los intereses de la ciudad eterna, sino para defender lo espiritual. Hoy el riesgo de equivocarnos es el mismo; nuestro momento es más equívoco y apasionado que el anterior; sería muy triste que nos equivocá» ramos en nuestra acción. Resultaríamos ridículos y no nos perdonarían nunca las generaciones cristianas que nos sucedan. Nadie puede dudar de que nos encontramos en momentos decisivos y muy complejos. La situación religiosa contemporánea está en función de tan diversos factores, que difícilmente se puede reducir a fórmulas ele» mentales. Uno de estos factores más decisivos es el de «las masas». La cuestión social, como respuesta a las necesidades espirituales del momento, creo que es una de las fórmulas más engañosas y, desgraciada» mente, más cotizadas en nuestro apostolado moderno.

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