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P . L e a n d r o d e B ilb a o , O . F . M . C a p . 73 la proscripción brutal de nuestras masas. En su lenguaje bable me han res= pondido al preguntarles por qué no iban a la iglesia: «La iglesia ie pa los señoritus.» Sabemos bien que la misma persona del Papa, y nada digamos del Vaticano, son insistentemente atacados por el lujo, el boato y por la misma esplendidez de los cultos en la basílica de San Pedro. La burda adulteración histórica está en circulación activa en «las masas». No sé si todo esto puede darnos una justificación del «anticlericalismo» y, por tanto, una demarcación fronteriza de este sentimiento colindante con la verdadera «apostasía». Personalmente, me inclino por definir el «anti= clericalismo» de nuestros cristianos como una posición antiburguesa, de signo fundamentalmente político, aunque sitúe al cristiano peligrosamente al borde de la heterodoxia. La crisis religiosa de «las masas» es grave. Aunque la veamos con todos los atenuantes, no se puede amortiguar el choque hasta el punto de desco= nocer los grandes desmoronamientos en curso a lo largo del siglo X I X , y lo que va del X X . La revolución Humanista, que tan profundamente secu= larizó el pensamiento auropeo en sus cumbres altas ha descendido vertical» mente sobre el pueblo cristiano, en el que actúa con la misma potencia des= tructiva. ¿Se ha consumado ya la apostasía de «las masas»? No lo sé; pero el mero hecho de formularnos una interrogante de tal magnitud, el mero hecho de dudar y de plantearnos el problema es suficiente para admitir que, por lo menos, estamos en trance de un acontecer catastrófico. «Las masas» están tal vez en sazón crítica y pueden cristalizar en «clase». En ese momento, «la apostasía de las masas» sería ya un hecho trágico. Creo, sin embargo, un error hablar de la crisis religiosa de «las masas» como si ellas sufrieran una desviación propia. La crisis invade un área mucho más extensa. No podemos circunscribirla a «las masas». T a l vez se pueda afir= mar que existen mayores motivos para no hablar de «las masas» que para inculparlas. Resulta paradójico afirmar que la revolución atea de las masas, su mate= rialismo, es esencialmente burgués. Fué la clase culta ilustrada o burguesa la que rumbó a «las masas» en su materialismo ateo. Owen, Fourrier y Engels eran patronos; Marx y Lasalle, universitarios; Danton y Robespierre habían sido juristas, y Marat, médico. E l resto son literatos y periodistas. No hay entre los de la primera hora ni un solo obrero. E l mero hecho de que no fuera común el leer y el escribir ni siquiera entre la clase media prueba en qué esferas se hacía la primera revolución. «¡Las masas avanzan!», escribía Hegel... «¡Veo subir la pleamar del nihi= lismo!», gritaba a los cuatro vientos el salvaje de Engadina, Nietzche, sin reconocer su propio nihilismo. S í; «las masas» han avanzado y han llegado a la pleamar. T a l vez se haya iniciado ya el reflujo. En las principales naciones se estudian las condiciones de armisticio entre el capitalismo y «las masas». Indudablemente que esta crisis política que ensangrienta al mundo, quedará superada definitivamente a su tiempo. Pero con ella ¿se cancelará tam= bién la crisis espiritual del Cristianismo? ¿Se recuperará el mundo religio= sámente? Según el Padre Lombardi, el mundo está ya en sazón de una nueva era,
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