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P . L e a n d r o d e B ilb a o , O . F . M . C a p . 71 en !os pueblos anglosajones, protestantes. Con ello el Protestantismo se ha prestigiado a la faz de los otros pueblos. No hay lógica en ello, pero existe esa admiración. Desde el momento que se produce una admiración se reco= noce una ejemplaridad a la que siempre se mira con emulación. La intransigencia dogmática nuestra se justifica ante quien se conoce en la posesión de la verdad revelada. La verdad es una y la posesión de la mis= ma se pone en línea de primacía sobre todos ¡os demás. E l católico que conoce su propia verdad religiosa, tiene que sentirse superior a todos los demás humanos. Psicológicamente se da el proceso inverso. E l católico medio, poco instruí» do religiosamente, y el «hombre=masa», desconocedor de lo elemental de su credo con frecuencia, no encuentran en sí mismos una justificación de su propia excelencia religiosa frente a la de los pueblos adalides de la cultura técnica moderna. Este mismo proceso lo podemos reconocer en el influjo nocivo de los «indianos». E l emigrante español que parte de un humilde hogar y regresa ostentando lujoso automóvil y negocios prósperos, suscita una admiración, que se extiende a su ideloogía. Un alarde de indiferencia religiosa o de incredulidad en estas condiciones cunde en el ánimo de quien se siente inferior. Salvadas las proporciones se ha dado el mismo fenómeno en «las masas» desde el momento que el Catolicismo se ha situado «compara» tivamente» al resto del mundo, y ante las masas ha quedado confinada a la dimensión de una provincia. Para el teólogo que tenía visión justa de las cosas no ha sucedido nada; pero para el hombre vulgar han acontecido hechos de» moledores. E l ser católico es una de tantas formas de ser religioso. Tenemos ya el indiferentismo, se respetan todas las religiones y no se practica ninguna. E l rigor del ascetismo cristiano pasa a ser una exigencia clerical. L a indi» solubilidad del matrimonio es un retraso en el sentir de «las masas», porque el divorcio lo han aceptado los pueblos más «cultos». La radio, la prensa, el cine, llevan al conocimiento del pueblo cristiano los cultos de otras religiones, con la presencia de sus sacerdotes y monjes en las grandes fiestas nacionales, las grandes peregrinaciones, los grandes ritos lústrales o penitenciales. Con esto el pueblo cristiano entra en con» tacto con otras formas religiosas, con el agravante de presenciarlas en las ocasiones más solemnes, a veces impresionantes, por su fastuosidad o su concurrencia. Ven a los sacerdotes realizando ritos con toda seriedad ante una multitud reverente. E l efecto producido por este espectáculo en mentes elementales es funesto. Todo aquello es algo que merece respeto, aquello es muy superior al canturreo del cura de su pueblo, etc... E l Derecho Cañó» nico prohíbe la participación de los fieles en los cultos de otras religiones, por el peligro de la pérdida de la fe o del indiferentismo religioso. E l mal que la prescripción canónica pretendió atajar ahora escapa a su providencia viglante. ¿Han apostatado de la fe «las masas»? G ran proporción del pueblo cris» tiano se ha incorporado a la lucha de clases. Pero todos somos testigos pre» senciales de que la leva se ha hecho entre los estratos más incultos, en las mentes más oscurecidas por la ignorancia religiosa, y en las zonas más aban» donadas religiosamente. Sabemos, por otra parte, que en las mismas masas

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