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70 E l cr is tia n ism o y las masas muchos clérigos, la posición política de los que nos decimos «apolíticos» y no siempre lo somos, y las imprudencias que a veces llegan al insulto' en los mismos sermones, las amistades que rodean al cura, todo esto que sabemos no son razones suficientes en sí, lo son en la subjetividad clasista de «las masas» para confirmar por «experiencia» las calumnias del libelo y del mitin. Los cortés no quita a lo valiente. Debemos recoger el guante y revisar nuestra postura. La espontaneidad querellante y fiscal del católico militante en las «ma= sas clasistas» es, en medio de todo, consoladora para un sacerdote. Esa acusa» ción no tiene contenido «clasista». E l hombre que habla solamente así es un ser doliente, no un apóstata. A lo más a que pueden llegar los hombres que se quejan es, solamente, al «anticlericalismo», a descubrir la decepción que sienten por los ministros de su propia religión que ante ellos no represen» tamos fielmente a Jesús de Nazaret. Estos hombres, en el fondo de sus con» ciencias, siguen fieles al catolicismo; se apartan de la vida espiritual de la Iglesia porque para acercarse a los sacramentos tienen que pasar por nosotros. Estamos sencillamente ante la responsabilidad que nos pueda incumbir por lo que en teología llamamos scandalum pussillorum. Es cierto que el hombre enemigo ha sembrado cizaña abundante, pero no nos lavemos las manos. Lo hizo mientras «dormíamos». Raramente encontramos en nuestras «masas» una negación radical que sitúe al bautizado fuera de la Iglesia. La aceptación del sentido materialista de la vida para nuestros hombres es todavía un absurdo. Desde el momento que discurrimos con argumentos de experiencia res» tringimos el problema a nuestro campo experimental, con riesgo de «hablar de la feria como nos va en ella». Es cierto. Pero si en los demás pueblos cató= licos se diera una situación semejante, creo que difícilmente se podría hablar de «apostasía de las masas». Sería más justo hablar de una descristianiza» ción por ignorancia de las verdades cristianas y una paganización por incum» plimiento de los preceptos morales. La vida pública se paganiza. E l cristianismo vivía hasta el presente en un mundo hecho a su medida, ambientado en sus principios espirituales y por la excelencia de su cultura, dominando sobre el resto pagano. E l paga» nismo confinante, por su inferioridad y retraso, no ejerció influencia reli= giosa en Europa cristiana. E l escaso intercambio de relaciones entre los pueblos mantuvo a éstos estabilizados en sus respectivos dominios. Hoy ha cambiado la vida mundial. La prensa, la radio, el cine, la industria, los medios de comunicación, han planificado la sociedad, han impuesto un tipo de vida homogéneo dentro del cual el Cristianismo es ya sólo una parte, y el Catolicismo en áreas de la cultura moderna, como la ciencia, la técnica, la industria, la política, la economía, ha perdido la hegemonía y mantiene con mucho esfuerzo un plano de igualdad, no siempre reconocido. Para el hombre vulgar y medio repercute este retroceso en una subestima de los valores espirituales propios, en una consideración no justificada a las ideas religiosas de los que se presentan aureolados con esta superioridad de hom» bres mejor abastecidos. E l industrialismo y la técnica moderna se ha desarrollado principalmente
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