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68 E l cr is tia n ism o y las m asas en el Humanismo, pero de ninguna manera se pueden comparar las dos «masas» protagonistas. E l fondo de la política interior de la antigua Roma republicana es la lucha de los plebeyos contra los patricios. ¿Qué aspiraciones tenían las ma= sas populares que se personificaban en Catilina y los Gracos? Querían una parte legítima de la propiedad rural y voto en los negocios del Estado. E l ciudadano poseía un sentimiento extremadamente grande de solidaridad política de los deberes que implicaban el privilegio de la ciudadanía romana. E l plebeyo, reduciéndose a sí mismo, conocía que sólo era un miserable fragmento. Se consideraba el hijo menor de una casa rica, despreciado y des« heredado injustamente, y luchaba por tener su puesto en la mesa paterna y su voz en el consejo de familia. No se le ocurría sublevarse contra el orden político y social. Respetaba al patricio y él se resignaba orgullosamente a ocupar su humilde puesto en la escala social, satisfecho con pertenecer a la misma familia romana que el patricio. Las revoluciones de los escla= vos en la época de transición de la República al Imperio, era más profunda. Sacrificaron sus vidas en terribles y mortales combates en protesta contra el orden social existente. En ¡as oscuras masas que formaban el pedestal viviente de la monumental figura de Espartaco, se nos presenta por primera vez la angustia de esa devoradora duda: «¿Todo cuanto existe debe ser real= mente tal como es?» Las pretensiones de los esclavos no eran exageradas. Se rebelaban contra el aguijón, no contra quien lo tenía. Su cólera no iba contra el orden social, sino contra el lugar que ellos ocupaban. No combatían la esclavitud, sino que no querían ellos ser esclavos, querían que otros entrasen en turno. Los plebeyos romanos y los esclavos de Espartaco están más próximos a las «masas clasistas» en su sentido revolucionario que las desmandadas tur= bas de la commune. Aquéllos representaban en la lucha una afirmación, un querer propio; el populacho de París defendió una revolución que le era extraña, el querer de una minoría extraña que muy pronto terminaría por oprimir al mismo pueblo que lo encumbró. No se nos podría perdonar nunca el error de interpretar la crisis reli= giosa de «las masas» como resultado de una situación económica adversa, desconociendo el genio satánico que le anima. Tampoco se nos puede perdonar la ingenuidad de interpretar el momento presente como una crisis originada en el seno de las generaciones modernas, como si el cristianismo hubiese caído a finales del siglo X V 111 de la beatitud de una sociedad edénica en la sima oscura de una sociedad satanizada por un vulcanismo irritado. No, nada de eso; el problema religioso de «las masas» está en su definitiva «clasificación». L a filosofía clasista incorpora la revolución de «las masas» a todo el proceso de descristianización que viene trabajando el Humanismo en el pensamiento europeo.
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