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P . L e a n d r o d e B ilb a o , O . F . M . C a p . 63 tan claramente la oposición entre esas dos emociones primarias de que vivió una y otra sociedad. La fidelidad, su nombre lo ostenta, es la confianza erigida en norma. E l hombre se une al hombre por un nexo que queda sepultado en lo más íntimo de ambos. E l contrato, en cambio, es la cínica declaración de que des* confiamos del prójimo a! tratar con él y le ligamos a nosotros en virtud de un objeto material — el papel del contrato— , que queda fuera de las dos personas contratantes y en su hora podrá, vil materia que es, alzarse contra ellas. Grave confesión de la modernidad. Fía más en la materia, precisamente porque no tiene alma, porque no es persona. Y , en efecto, esta edad ha te= nido que elevar la Física al rango de Teología. Paralelamente, el que deja incumplido el contrato recibe el nombre de criminal y un castigo automáticamente predispuesto cae sobre él, un castigo externo — pecuniario o corporal— . Mas el que ha cometido una infidencia, un acto de deshonor, recibe el nombre de felón y el castigo, en principio, se reduce a esa denominación. E s decir, que el castigo o pena consiste más bien en un insulto oficial, porque sólo el insulto castiga a la persona, hiere la intimidad. E l honor pone a los más humildes al nivel de los más elevados, ambos hacen idéntica afirmación de su personalidad espiritual. E l industrialismo carece de Honor, es puro contrato, se reclama la mer= cancia ofrecida por instrumento público, con la sanción estimulante, su= pliendo al sentido religioso del deber. En el industrialismo el hombre no es un ser de carne y hueso, sino una entidad jurídica registrada en un fichero. No tiene entrañas el capitalismo industrial, ha deshumanizado al hombre. Este hombre tiene que domiciliarse fatalmente en «las masas» impersonales. 3 . Cultura sin educación .— No hay tiempo que perder. En la sociedad industrial la infancia y la juventud del hombre son apremiantes, resultan dimensiones cortas para emplazarse completamente en la vida. En las escue= las, que tanto enorgullecían al «Siglo de las Luces», no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a «las masas» las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les ha dado instrumentos para vivir intensa* mente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos y religiosos; se les ha inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos; pero no el espíritu. Por eso, nada quieren con el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar el mando del mundo, como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos ( 1 2 ). La misma intensidad con que se estudian las ciencias prácticas y el mar* gen nulo o escaso que se concede a la religión, inducen en la conciencia del estudiante una falsa escala de preferencia de los valores técnicos frente a los espirituales, con lo que el hombre ilustrado se condensa más fuerte* mente en el sentido de «masa». (12) Cf. Ortega y Gasset, o . c ., p. 173.
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