PS_NyG_1955v002n002p0039_0079

62 E l cr is tia n ism o y las masas Me resulta muy parcial, por esta razón, la exposición de J. L . de Arrese, con quien coincido en la conclusión, pero no en el camino. «El hombre cristiano en todos los actos de la vida se siente un hombre total, compuesto de alma y cuerpo, y al proyectar su acción sobre el que= hacer diario sabe que no solamente proyecta un esfuerzo, sino una actitud trascendental y que los actos extrínsecos de la vida llevan intrínsecamente un mérito o un demérito para la vida eterna. E l filósofo moderno cree que el hombre no aporta a cada uno de sus actos el propio destino y piensa que, cuando trabaja, es solamente un operario y cuando estudia es solamente un científico y cuando reza es solamente un religioso... Cuando el hombre entra a formar parte de una empresa cualquiera, se le empieza por desnudar de toda virtud que le pueda enturbiar el único obje= tivo financiero que se propone: ganar dinero. E l mundo del trabajo de la época gremial se basaba en estos dos pilares fundamentales: Una manera cristiana de concebir las cosas y una economía reducida, cuyo núcleo era el taller. Para el Cristianismo, el trabajo terreno era un medio para alcanzar a D ios, y el hombre actuaba en la tierra con la conciencia de que todo le ser= vía para su propia santificación y salvación. Todo era suyo, toda la circuns= tanda, por extraña y dolorosa que fuera, caía dentro de su órbita personal o, de lo contrario, no le merecía atención. En las grandes empresas modernas, financieros anónimos, poseedores de todos los derechos de la propiedad, y trabajadores también anónimos, actúan sin dominar personalmente el colosal maqumismo puesto en marcha por ambos. E l obrero se siente insolidario del trabajo que rebasa su capacidad individual y está sólo atento a su jornal, como el capitalista a sus dividendos. E l trabajo industrial es un gigante que rinde a sus pies al hombre, servidor. E l obrero ha dejado de ser una pieza fundamental de la producción para convertirse en mero auxiliar de la máquina» ( 11 ). E l obrero industrializado ya no puede mirar con cariño un trabajo redu= cido a mera fórmula jurídica con la que la empresa contrata su esfuerzo y le paga. E l hombre rinde su trabajo sin ilusión, con el egoísmo de ganar, con el ánimo distanciado de la manufactura que vomita en serie torrencial la má= quiná. E l es en el conjunto industrializado, como un engranaje o como un tor= nillo, es una parte infinitesimal. Es cierto, como dice Arrese, que la máquina no tiene la culpa, como tam= poco la tienen los puentes del Sena de los suicidios de París. Este empe= queñecimiento del hombre, esta despersonalización suya, nace de los mismos postulados que entraña la creación del industrialismo moderno, del espíritu laico que lo ha presidido y que no ha permitido espiritualizar a las muchedum= bres servidoras. Durante la Edad Media, las relaciones entre los hombres descansaban en el principio de la fidelidad, radicado, a su vez, en el del honor. Por el con= trario, la sociedad moderna está fundada en el contrato. Nada puede mostrar (11) Capitalismo, com un ism o, cristianism o, cap. II.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz