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60 E l c r istia n ism o y las musas medios de subsistir, a miles de obreros. Estos son los proletarios. E l campe» sino puede ser tan pob^e como el obrero industrial, pero su existencia está respaldada por la tierra. Un pobre callejero tiene menos que un obrero, pero no tiene tampoco contraídos ante la sociedad los mismos derechos. No es ningún movilizado, no presta ningún servicio, es una existencia antisocial desde el punto de vista politicoeconóm ico. En los momentos de crisis ese pobre no sufre considerable perturbación, sigue mendigando como antes. La falta de estabilidad existencial es lo que define el proletariado. El proletariado, afortunadamente, está vencido. La sociedad moderna ha creado una legislación social que ampara al obrero. Una serie de instituciones so= ciales han venido a dar solidez y estabilidad a la vida del trabajador, que ya no vive en el trágico desamparo anterior. E l seguro de enfermedad, de vejez, la asistencia económica en los paros, la protección a las familias numerosas, etcétera..., todo eso ha desdibujado la sangrienta silueta que torvamente se alzaba en el horizonte oscuro de las sociedades modernas. Pero al estudiar el proceso de «las masas» no podemos borrar un pasado próximo, que moldeó el presente y que históricamente sigue pesando en la mentalidad de «las masas», pues todavía la solución no es perfecta. E l proletariado no es más que la resultante del capitalismo egoísta, que abusando de su preponderancia social se impone al obrero por la ley del más fuerte. Hoy, que las fuerzas están más equilibradas, el capitalismo va reconociendo algunas de sus obligaciones, pero sigue con su alma descris» tianizada por el imperio de Mamón. D ) Proceso psicológico=moral. Resulta excesivamente complejo el proceso psíquico=moral que inter= viene en la formación de «las masas» en el plano técnico=social, creado por el industrialismo. Apunto, somero, estos tres apartados. i. Agrupación heterogénea .— Parece que no debió suceder nada el día en que Watt puso a unos molinos el primer motor de vapor en Inglaterra, el año de 1 7 8 6 . Todo un mundo secularmente estabilizado iba a girar en redondo. E l industrialismo que nace tan inofensivamente, producirá desni» veles económicos por los que miles y millones de hombres se deslizan con» vergiendo en aglomeraciones babélicas. A las zonas de atracción industrial afluyen hombres de todas las razas, lenguas, cultura, religión y costumbres. Nadie puede imponer a nadie su aportación étnica o religiosa. Nadie lo intenta y automáticamente se crea una tolerancia por desestima de primacías. La vida pública coincide en modos de vida comunes al grupo heterogé» neo. De esta manera cursa un proceso de anulación de personalidades, sust¡= tuídas por una adaptación a los modos multitudinarios. E l individuo es un número del montón. Lo s sentimientos particulares oficialmente se respetan, pero el respeto es llevado a tal extremo, que por consideración a los demás, nadie debe exteriorizarlos. Entre estos sentimientos privados cuenta como principal el religioso. Una religión acorralada, socialmente relegada a la inti= midad individual, solamente podrá subsistir en personalidades muy pronun» ciadas. Estas no abundan en «las masas» y, por otra parte, al debilitarse la
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