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54 E l cristianismo y las masas puede sentirse orgulloso de su propia obra. La ciencia moderna ha creado una técnica maravillosa que hace posible la aplicación de los grandes des= cubrimientos científicos y la explotación de fuerzas insospechadas que en= cierra la materia. La técnica moderna ha creado instrumentos potentísimos de producción, que ha quitado a la vida económica de nuestra sociedad el sentido de un destino premioso en lo económico y en lo físico. Jamás en la historia ha conocido el hombre nada que se parezca ni de lejos a este lujo vital. Se trata, indudablemente, de una innovación radical en el destino social humano. Se ha creado un nuevo plano de vida material. El industria^ lismo moderno ha hecho la vida terrena más apetitosa que nunca y el hombre, ante estos anchurosos cauces de goces, ha respondido desespiritualizándose. Los ascetas conocen bien la irreductibilidad entre el gozar de los sentidos y la elevación del espíritu. El hecho no lo podemos negar; el bien del progreso material tenemos que reconocerlo como legítimo entre las aspiraciones humanas. Cualquier desviación o mal uso que tenga el industrialismo moderno no puede impedir el reconocimiento. Este colosalismo de la industria moderna ha exigido sus víctimas, sus sacrificios. El maqumismo ha sido una auténtica revolución cruenta. La re= volución no es la sublevación contra el orden preexistente, sino la implan= tación de un nuevo orden que suplanta al tradicional. «Por eso no hay exa= geración en decir que el hombre engendrado por el siglo X IX , es para los efectos de la vida pública un hombre aparte de todos los demás hombres.» No coincido con Ortega totalmente en las razones de esta disparidad, pero la encuentro en razón más profunda. El maquinismo de nuestra industria ha troquelado por miles un tipo de hombre despersonalizado que se define por «la masa». Nadie es culpable en la creación de las masas, por la sencilla razón de que en el mero hecho de este hacinamiento humano no hay maldad alguna. El hecho es tan inocente como una repoblación forestal; ni la existencia de esas muchedumbres por ser muchas y estar densificadas demográficamente, ni los consecuentes problemas sociales son razón suficiente para explicar la crisis contemporánea. La fábrica ha reclutado muchos hombres, y esta in= mensa unidad social que denominamos «masa» ofrece la oportunidad más grande de los siglos, lo mismo para una revolución mundial de proporciones nunca conocidas, como para la implantación del orden cristiano sobre el haz de la tierra. En esta única coyuntura histórica han decidido, por ahora, las circunstancias, y entre estas la más adversa al Cristianismo el espíritu del siglo X X , heredado del X IX y gestado desde el Renacimiento. Mas, por ahora, sólo me interesa hacer constar el hecho, casi mecánico, de la creación de «las masas» por el industrialismo. Como acudieron antaño alrededor de los monasterios benedictinos, han acudido ahora los hombres a las fábricas. ¿Existe algo delictivo en ello? De ninguna manera. La fábrica, que ha puesto en marcha la producción industrial en gran escala, pone al alcance de todos manufacturas maravillosas y de gran utilidad práctica. Todos, exigimos que las fábricas conserven su ritmo de producción y lo aumente cada día. La paralización de esta industria acarrearía para la huma= nidad el mayor de los desastres. Exigimos que los hombres permanezcan
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