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P. Leandro d e B ilbao , O. F. M . Cap. 51 D) Angustia y desesperación. Acabamos de presenciar la instalación gozosa de «las masas», en medio de la civilización contemporánea. Se ha entregado, apetitosa, al festín, ha dominado amplios sectores en los que se ha impuesto omnímodamente, mientras en los restantes ha conquistado un trato de igual con el resto de los socios humanos. Parece que todo ello suena a brindis y que nada puede haber más remoto en la entraña de «las masas» como la angustia y la desesperación. El hombre de las masas es radicalmente hedónico y materialista. Todo el esfuerzo triunfal de «las masas» se ha dirigido a domiciliarse cómodamente en la vida. Este afán de goces les hace irreconciliables con la pobreza y con el sufrimiento. Todo su esfuerzo se ha dirigido a evadir cualquier forma dolo® rosa de la existencia humana. No puede aceptar voluntariamente la pobreza y la humildad; desde el momento de una aceptación generosa y sobrenatural del sufrir humano ya no existiría «la masa»; nos encontraríamos ya frente a una selección humana. Diez millones de pobres rebeldes y desesperados forman un agrupamiento humano que socialmente podemos integrarlos en «la masa». Pero dadme diez millones de pobres contentos de su suerte y voluntarios, renunciadores de todo bien. Esos diez millones de hombres, alegres y superadores de los goces terrenos por la esperanza de otros bienes superiores o por el servicio heroico de sus prójimos, nunca se podrán integrar en el concepto de «las ma= sas insatisfechas y desesperadas». Hay en ellas una excelencia que las hace in® compatibles con lo vulgar y rastrero. Esto de no resignarse con la pobreza nunca, el repudiar toda postra® ción social, el reclamar por la ley o por la violencia un modo de existencia digno, es tan esencial al fenómeno de «las masas» que, sin ello, no exis= tirían. El pueblo humilde y económicamente desvalido, siempre ha existido en el mundo, y, sin embargo, «las masas» han hecho acto de presencia ahora. Antes no existían «las masas». Solamente cuando circunstancias propicias al vendaval revolucionario agitaban los estratos ínfimos del pueblo, fugaz® mente asomaban su rostro macilento las masas sobre el horizonte histó® rico. Espartaco movilizó a los esclavos que llegaron a definir su gesto recia® matorio. Fuera de casos excepcionales y transitorios, los pueblos no se han agru® pado en «masas». Especialmente en nuestro Cristianismo hubo siempre ele® mentos antiaglomerantes. El Evangelio, con su canto a la pobreza y con la revelación del Padre Providente y Gobernante, impide que durante siglos se aglutinen en masas. Para que este fenómeno fuera posible tuvo que mediar un proceso lento y secular de descristianización, que va sustituyendo el sen® tido espiritualista de la vida por el intrascendente de la materia. Calafa® teado el hombre simple o vulgar, con sus poros cerrados a la influencia cris® tiana de la Iglesia, a la predicación del Evangelio y, en parte, receloso y ene® migo del mismo, se encierra en el mundo redondo de la materia, impermeable a todo lo demás. Los afanes de este hombre se dejan comprender; son puramente terrenos
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