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5 0 E l cristianismo y las masas funciones de servicio a la comunidad humana, la vida del obrero se va ali= viando y desde 1900 comienza el obrero a ampliar y asegurar su existencia cómoda. Durante todo lo que va de! siglo veinte, «las masas» arrecian en su ofensiva por superar su nivel de vida. Prescindiendo de lo que se haya podido luchar, una cosa es cierta. Se ha llegado a conquistas definitivas en la vida social. Las comodidades de vida para el obrero moderno presentan una franquía vital que desconocieron los del siglo pasado, que sintieron la vida como un cúmulo de impedimentos que era forzoso soportar, sin que cupiera otra solución que adaptarse a ellos, alojarse en la angostura que dejaban. El siglo X IX fué esencialmente revolucionario. Lo que tuvo de tal no ha de buscarse en el espectáculo de sus barricadas, que sin más no consti® tuyen una revolución, sino en que colocó a la gran «masa social» en condicio® nes de vida superiores a las que siempre le habían rodeado. Para el «vulgo» de todas las épocas, la «vida» había significado, ante todo, limitación, depen® dencia, presión en todas las dirección vitales, menos en la trascendente de la fe. Frente a los hombres de siglos anteriores, el hombre vulgar de hoy, que integra «la masa», se presenta casi aburguesado. Para comprender este cambio radical no debemos considerar las mejoras en el individuo, sino en el conjunto vital de la sociedad. Por muy rico que fuese un individuo, en relación con los demás, la sociedad antigua económi= camente era pobre, y aun suponiendo la vida abastecida de un Creso, su exis= tencia no podría compararse con la media vital contemporánea, porque la esfera de facilidades y comodidades que su riqueza podría proporcionarle era muy reducida. La vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que la del más poderoso en otro tiempo. ¿Qué le importa no ser más rico que otros, si el mundo lo es y le proporciona magníficos caminos, ferro® carriles, aviación, automóviles, telégrafo, seguridad pública y medicinas? El hombre, que es un mero sumando en «la masa», encuentra un mundo que, desde su nacimiento, no le obliga ni mueve a limitarse en ningún sentido. La vida va cómoda sobre carriles, no le presenta veto ni contención alguna, sino que, todo al contrario, hostiga sus apetitos con insospechadas posibili® dades de satisfacerlos. Este hombre, con escasa capacidad crítica e insuficiente cultura, termina por creer natural, normal el mundo que acaba de conquistarse tras muchos esfuerzos y padecimientos. Y se instala seguro en medio de una sociedad, que, satisfecha y segura de sí misma, cree en los recursos ilimitados de la cien* cia y de la técnica, y, como describe Ortega, están seguros de que mañana será el mundo mejor. Se cree en esto como en la próxima salida del sol. Nadie agradece a nadie el aire que respira, porque es natural, porque nadie lo ha fabricado. Así, en la conciencia de las masas hay un sentido de natu® ralidad en todo lo que encuentran a su derredor y reclaman para sí, como jus= ticia, lo que sus antepasados nunca hubieran mendigado, por inasequible. Este aburguesamiento del espíritu de «las masas» las hace antiespirituales, se siente con derecho a instalarse cada día mejor en la vida. Nadie puede negarles este derecho; pero al esformzarse, por ello, se da el caso de que en el espíritu de «las masas» no hay más preocupación que lo terreno, se ha des» arrollado un hedonismo del más cabal aburguesado.
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