PS_NyG_1955v002n002p0039_0079

4 8 E l cristianismo y las masas económicos pavorosos; que las colisiones laborales nos han mantenido en un estado de revolución permanente... Estos problemas han tomado esta dimensión mundial porque son proble» mas de «las masas» que entrañan lo multitudinario. Si pudiéramos licenciar a toda esa multitud humana, reclutada para la acción social, desaparecerían automáticamente los problemas de las «masas». Al cesar el vocerío de estas multitudes habrían desaparecido las amenazas típicas de nuestros tiempos. Podemos suponer estas mismas necesidades, las mismas crisis angustio® sas en cualquier minoría y entonces el problema difícilmente adquiriría caracteres sociales, no habría problema social. Un acceso incontrolado a la universidad podrá significar, con el tiempo, un número excesivo de médicos o ingenieros que, a pesar de su carrera, vivirán angustiosamente, por falta de colocación. Esos médicos, esos ingenieros, podrán ir a formar número en «las masas», pero lo que nunca podrán hacer es convertir su angustiosa situación en un problema de masas, por ausencia fundamental de lo multitu* dinario; ellos siempre serán minoría. B) Indocilidad. No pretendo defender que la indisciplina sea nota fundamental en la génesis de «las masas»., Si la acción política de «las masas» ha sido eficaz es gracias'a su acción conjunta, disciplinada y previamente programatizada. La indocilidad no se refiere a una carencia de mandos, a una existencia anár= quica; si así fuera, habría que hablar de rebaños humanos. La indocilidad es por el choque de calidades. La masa es indómita porque no acepta el mando de nada superior a ella, o tal vez nada extraño. Obra disciplinadamente; pero es la masa quien impone sus propios jefes. Estos tienen que pertenecerles para no correr el riesgo de una traición. Esta cazurrería de «las masas» es el módulo exacto de su desaliño de alma mul= titudinaria. El tener o carecer de mando no diferencia a «las masas» de las minorías, ni a «las masas» de un pueblo. Por esa carencia de mando podríamos dis= cernir a «las masas» de una multitud, pero las masas son multitud y algo más; multitud con mando. Un millón de Sanchos, que se convienen entre sí, pueden formar una masa, siempre que el mando lo ejerza uno de ellos o uno supeditado a ellos. Un Don Quijote en medio de esta multitud trans= forma la masa en pueblo. Porque el mando ejercido por Don Quijote no sería nunca un mando supeditado a los Sanchos de cualquiera ralea, sino todo lo contrario, los Sanchos dóciles aceptarían el mando del hombre exce= lente y superior. Esta ausencia de formas egregias en el mando es lo que constituye el fenómeno de las masas. La subordinación del jefe a los más, convierte al jefe en simple mandatario que, tarde o temprano, será juzgado por los gober= nados y como máxima inculpación tendrá que oír el haber sido desleal al «pueblo». Los pueblos, aun los demócratas, son regidos por un gobernante que tiene propia iniciativa y sentido de responsabilidad. El gobierno va diri= gido a fines altos, sin olvidar las necesidades del vivir cómodo, pero cpn la aceptación de gobernantes y gobernados de obligaciones supremas que tras=

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz