PS_NyG_1955v002n002p0027_0038

3 4 María en la econom ía d e salvación débito del pecado original. Porque si uno no está moraUsobrenaturalmente recapitulado en Adán, sería injusto, según los planes de la actual providen= cia, que Dios le privase de los dones sobrenaturales por el pecado de Adán. Y si no desciende de Adán por generación natural, entonces no hay posibilU dad de afirmar la solidaridad sobrenatural. Hay que mantener con toda claridad la idea de que la generación natural no es más que «condición sine qua non» para la contracción de débito; pero nunca hay que concebirla con una influencia positiva en tal contracción, ni como causa ni como disposición positiva de qualquier género que sea. Teniendo en cuenta esta observación no parece difícil ver la imposi= bilidad de que María haya contraído cualquier «deuda» o necesidad moral del pecado original. Y siempre de nuevo hemos de recurrir al mismo principio inagotable en consecuencias: María, considerada como ser sobrenatural (único aspecto que directamente interesa al teólogo), no pertenece al orden adamítico. Y ya entonces falla la condición fundamental imprescindible para contraer el débito del original. El pecado original y toda ordenación positiva al mismo se hace imposible en la presente Economía de salvación. Y no podemos diva= gar en otras hipótesis. Pero no vale el recurso a que María es hija natural de Adán. Es cierto, pero se trata de una dependencia meramente «natural» y biológica de María respecto de Adán. Ello no supone ni exige ninguna depen= dencia de carácter sobrenatural que pueda interesarnos como teólogos, en forma directa. Como María ha sido predestinada por Dios en el mismo decreto que su Hijo, todos los dones sobrenaturales los recibe Ella en atención a los mé= ritos de Cristo, con exclusiva referencia a El. Para nada cuenta el orden ada= mítico con su gracia y su pecado. Aún más: antes de la previsión de Adán, María fué ya querida por Dios como causa=principio=fuente=madre de la gracia que se ha de conferir a los hombres. Así, Ella está colocada — junto con su Hijo— en la categoría de causa del actual orden sobrenatural y, por consiguiente, en este mismo orden, con relación a la recepción o pérdida de la gracia, es absurdo que se la considere dependiente de Adán, como quisie= ran los mantenedores de cualquier débito. Sería poner a María dependiente e independiente de Adán; perteneciendo al orden de la cabeza en que está con Cristo y al orden de los miembros como cualquier otro descendiente de Adán. Una auténtica contradicción. La misma inmutabilidad de los decretos divinos no sabríamos cómo sal= varia si Dios, después de haber predestinado a María en el mismo decreto que Cristo y en su misma jerarquía sobrenatural, luego la hiciese descender al orden adamítico para recibir en él la gracia y una posible mancha de pecado original. Finalmente, podría preguntarse por la misma posibilidad de que una creatura que no ha contraído el pecado original, tenga realmente esa «necesidad moral» de contraerlo, una ordenación positiva puesta por Dios hacia un pecado que de hecho nunca va a llegar a manchar su alma. El problema del débito del pecado original en María podría parecer una cuestión sutil de escuela. Lo ha sido alguna vez. Pero, en realidad, tiene una enorma importancia. El que se afirme una necesidad u ordenación de María al pecado original, ya por ello la hace descender del «orden de Cristo»

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz