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3 0 María en la econom ía d e salvación La influencia que Cristo tiene por su dignidad de Cabeza, la ejerce en forma similar María por su gracia de maternidad espiritual. Con relación al género humano, María, al entrar en el orden hipostático, participa de la primacía de Cristo sobre todas las creaturas; también Ella puede ser llamada Primogénita de la creación. Todo ha sido creado en Ella, por Ella y para Ella; todo subsiste en Ella. Ejerce sobre todos la triple causa= lidad eficiente, ejemplar y final. Y, especialmente, nos conviene hacer resal= tar esta consecuencia: María pertenece a una jerarquía sobrenatural, anterior, superior e independiente de la jerarquía ocupada por Adán y su linaje. Por consiguiente — y siempre estamos considerando a María como ser sobreña* tural— , María sólo depende de Jesucristo; sólo de El recibe influencia en el orden sobrenatural. En la predestinación, en la recepción de la gracia, de la gloria y de cualquier otro don sobrenatural, la Virgen Santísima no tiene dependencia causal, ni siquiera está para nada condicionada al destino de Adán y de sus descendientes. No recibe la gracia en conexión con ellos, ni por las mismas razones inmediatas que ellos, sino por otros caminos: en rela= ción inmediata y directa a Jesucristo. Todas las leyes de la Economía sobrenatural, en la medida en que afec= tan a Cristo, afectan también a María, en forma similar y proporcional. Pero cuando estas leyes afectan a los miembros del Cuerpo místico, en cuanto tales, de suyo no son aplicadas a María, sino en cuanto las perfecciones de un infe= rior pueden encontrarse en un superior en forma causal. Y siempre es la misma razón: María es hija de Adán como ser «natural»; pero como ser sobre= natural — que es lo que interesa a un teólogo— está en categoría superior e independiente. Exponer los fundamentos de estas afirmaciones nos llevaría muy lejos; pero es indispensable indicarlos brevemente. Pío IX , en la Bula Ineffabilis, afirma expresamente la predestinación de María «en el mismo e idéntico decreto que el Hijo». Y es aquí, en el de= creto de predestinación, donde hay que señalar la raíz última de la pertenen= cia de la Madre del Señor al orden hipostático. Porque el decreto divino de predestinación es la razón de ser de todas la gracias, dotes sobrenaturales y propiedades naturales que en concreto tiene cada creatura. La razón última de por qué Jesucristo está en el orden hipostático, es decir, la razón de la Unión hipostática es el decreto divino de predestinación. Desde el mo= mentó en que María está en el mismo decreto uno eodemque decreto, síguese que pertenece al mismo orden de la Unión hipostática en que fué elegido Cristo. Aun teniendo en cuenta la unidad y simplicidad de la predestinación divina, de ninguna creatura puede decirse que fué predestinada en el mismo signo de predestinación en que lo fué Jesucristo. Los predestinados sólo vie= nen en la mente divina en un signo posterior y distinto de la jerarquía única de Cristo. Unicamente su Madre está en el mismo signo y pertenece a la misma categoría. Dada la correlación que hay entre Madre e Hijo, desde el momento y en el mismo signo en que Dios quiso que el Verbo asumiese la naturaleza humana de una Mujer, no pudo menos de querer la existencia de la Madre que había de proporcionarle la naturaleza humana. En el mismo momento en que este Hombre, Cristo, fué querido y predestinado para la dignidad de

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