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P . A le jan d ro d e V illa lm on te , O . F. M. Cap. 3 7 Jesucristo, por su misma predestinación a la Unión hipostática, es cons= tituído ya en Redentor del género humano. No hay Unión hipostática sin misión redentora, prescindiendo ahora del nexo e interdependencia de ambas y del alcance completo y trascendental de la obra redentora de Cristo. No es querido Cristo para Hijo de Dios, sino en cuanto va a ser también Cabeza del género humano y su Salvador. Desde aquí comprendemos mejor el que María, predestinada en el mismo decreto que su Hijo, no ha podido menos de ser querida por Dios como Medianera del género humano y Asociada a la obra redentora de Cristo en la misma medida y en el mismo alcance en que está predestinada en el orden hipostático. Sencillamente, como en el orden hipostático, tal como de hecho ha sido querido por Dios, tiene una ordenación soteriológica que le es esencial, no puede concebirse que María esté incorporada al orden hipostático sin que esté igualmente destinada a par= ticipar de la misión redentora de su Hijo. Su misión y su acción salvadora tiene una extensión completamente similar a la de Cristo, y se calca sobre ella, la reproduce exactamente, según una perfecta analogía de proporción. Vista la cuestión desde el puesto trascendente que ocupa María en la Economía de salvación, queda bien claro el hecho germinal de la íntima colaboración de la Madre en la obra redentora de su Hijo, su sentido y su alcance. Pero también su valor. Aclaramos este punto. Sabidas son las disputas antiguas y contemporáneas sobre el valor mer¡= torio de la cooperación mariana a la redención. Desde luego, merece de congruo nuestra salvación con sus actos corredentores al lado de su Hijo. Pero ¿no podría admitirse un mérito de condigno en la contribución mariana a la obra de nuestra redención? Y la clave de la solución es esta: admitida la pertenencia de María al orden hipostático, al orden de la Cabeza con su Hijo, sus acciones ya tienen intrínseca dignidad para ser aceptadas por Dios en la categoría de un mérito de condigno. Siempre por razón de los méritos de Cristo, en unión con ellos y recibiendo de ellos todo su valor y a;epta= ción ante la Santísima Trinidad. Los negadores del mérito de condigno en María no han comprendido bien el alcance de la Capitalidad de la Madre del Señor, ni las exigencias que lleva su pertenencia de Ella al orden hipostático. Si nos fijamos en el puesto trascendente que ocupa Nuestra Señora en la Economía de salvación, es completamente razonable atribuir un mérito de condigno a las acciones con que colabora a nuestra redención al lado de su Hijo. La mayor dificultad que se opone a la corredención mariana es el que María misma es redimida, y no podría ser en el mismo momento corredentora de los demás cuando Ella está aún para ser redimida. La mejor solución a la dificultad se encuentra pensando de nuevo en el puesto trascendente que María tiene en el orden sobrenatural. Como perteneciente a un orden supe» rior, María recibe la influencia redentora de Cristo, con un tipo de redención anterior, superior ontológicamente y cualitativamente distinta de la redención que se obra en nosotros. Fué redimida en forma «eminentísima», in forma altioris ordinis. Aunque la fuente de la gracia sea la misma en Ella y en nos= otros — los actos de Cristo— , pero unos mismos actos están en relación reden= tora de diverso tipo respecto de María y respecto de nosotros. Bajo el influjo de Cristo a María se le da la gracia por título distinto que a nosotros y para

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