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3 6 María en la econom ía d e salvación Con este razonamiento creemos, sin embargo, que no se ha llegado toda= vía a dar la razón convincente de la inmortalidad que le corresponde a María. Porque al anterior razonamiento puede ponérsele este reparo: para todos los hijos de Adán, los que pertenecen al orden encabezado por él, es cierto que no mueren si no como consecuencia del pecado. Pero María no pertenece al «orden de Adán»; por consiguiente, no tenemos motivos para hacerla entrar a Ella en esta disposición divina que afecta a los «hijos de Adán». Si la ex= cluímos del orden adamítico, tenemos que mantenerla excluida en lo favo= rabie y en lo desfavorable. Ni tampoco vale el recurso al principio de conti= nencia «eminente» de todos los privilegios de los demás hombres en María; porque tal principio es de una eplicación muy imprecisa y no llega a darnos seguridad científica suficiente en este caso. Nosotros mantenemos la trascendencia sobrenatural de María respecto del orden adamítico en todas sus consecuencias. También para este caso. El privilegio de inmortalidad que tiene todo «hombre inocente» no lo puede tener María por los mismos caminos, porque en la actual Economía de salva= ción Ella está colocada en otra jerarquía superior e independiente: María, en la recepción de todos los dones sobrenaturales, únicamente depende de Cristo. Sólo los recibe con relación a Jesucristo y en la medida en que los exige la unidad de predestinación y de destino que tiene con su Hijo. Por consiguiente, si queremos averiguar hasta qué punto María tuvo alguna rela= ción con la muerte, tenemos que preguntarnos: Un ser de la categoría sobre= natural de María, ¿pudo tener una auténtica «necesidad de morir»? Es indu= dable que Cristo, por razón de la Unión hipostática, tenía pleno derecho de inmortalidad. Renunciando a este derecho connatural a su digndad de Hijo de Dios, es como pudo Jesucristo ofrendar su vida para nuestra salvación. María, por su predestinación y su Maternidad divina, que le colocan en el «orden de Cristo», en el orden hipostático, gozó también del don de la in= mortalidad, por razones completamente similares y perfectamente análogas a las razones que sustentan el derecho de Jesucristo a la inmortalidad. María, por pertenecer al «orden de Cristo», participa de sus privilegios y dones, compatibles con su condición de creatura. También de este privilegio de la inmortalidad. No parece que haya ningún otro fundamento más seguro para afirmar la inmortalidad de María. Con el privilegio de la inmortalidad se armoniza bien el hecho de la muerte redentora, según acontece en Cristo. Nada impide afirmar lo mismo de María. Incluso se les puede abrir un camino a los que niegan la muerte de María. D) La Corredención mariana .— Quitando el paréntesis marcado por los años santos 1 9 5 0 y 1 9 5 4 , en que pasaron a primer plano los dogmas de la Asunción y la Inmaculada, la Corredención mariana se puede llamar el tema más constante de los estudios mariológicos en lo que llevamos de siglos. Toda esta cuestión de la asociación de María en la obra redentora de su Hijo, está erizada de dificultades. Si tenemos en cuenta el puesto que ocupa María en la Economía de salvación, tal vez encontraremos una ayuda insospechada para comprender la realidad y el alcance de esta incorporación de María a la obra redentora de su Hijo.

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