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P. j u l i o d e Ama ya , O. F. M . Cap. 15 orden ontológico=sobrenatural y otra psicológica— , por la que Cristo inndau el ser y la actividad de toda criatura y ejerce sobre ellas una atracción nueva, a la vez que recibe y es término del movimiento de toda la creación hacia Dios. Es Principio y Fin de ese movimiento del «eros» cósmico. Principio porque El es fuerza dinámica en cada ser, dando a todo consistencia y vida — en El existimos, nos movemos y somos— , porque es la levadura del mundo, la fuerza que le mueve y le orienta. Fin porque es el término inmediato de las criaturas que en El y por El han de llegar al Padre. Este magnífico panorama no es una utopía. Es algo que todavía debe rea= lizarse, aunque no sea en la forma exacta como se hubiera realizado a no me= diar el pecado de Adán; y eso explica el que hayamos de reconocer en la acti= tud de los exageradamente optimistas un principio de verdad. Lo que pasa ac= tualmente es que los hombres se niegan frecuentemente a colaborar en esta liturgia cósmica y ponen obstáculos a! movimiento del «eros» universal, ac= tualizando la historia del pecado. Pero en el período de creación, en que el pe= cadono había entrado en el mundo, el Verbo — como perfecta expresión sacra= mental de la divinidad y como «eros» del mundo— vería reconocida su me= diación universal entre las criaturas y Dios y ofrecería a la Trinidad una glo= ria perfecta en la que le servirían los hombres desarrollando en su honor toda su potencialidad espiritual y todos los valores temporales encerrados en las criaturas. Esta es la grandiosa concepción que San Francisco de Asís vivió cumplidamente y que los teólogos del franciscanismo han defendido como la mejor interpretación cristiana del mundo. Porque realmente lo es. B) E l mundo en período de pecado. i. Por renunciar a Dios ...— Pero el período que acabamos de reseñar, y cuya exacta interpretación es difícil de hacer a los hombres de hoy, a pesar de que reconozcan su importancia, acabó el día del pecado. Desde ese mo= mentó, como el cosmos — por voluntad de Dios— sólo tiene sentido desde el punto de vista del hombre al que está ordenado, sufre todo él como una dis= tensión inmensa por la que pierde esa relación y queda independizado, con= virtiéndose en realidad anárquica, que no se somete a la jerarquía de valores establecida por la ley natural y positiva. Objetivamente, el hombre y las cosas siguen siendo una expresión sacramental de Dios, pero oscurecida de tal modo que se hace difícil de reconocer. Y la tendencia activa de ambos queda deshecha: en el hombre por un acto libre de su voluntad; en las cosas, porque el hombre no las orienta ya hacia Dios y porque ellas mismas, como que se «recurvan», dice San Buenaventura, en sí mismas, tratándose de lograr una autonomía que tanto en el orden natural como en el sobrenatural no tiene sentido. Así se acaba de consumar la rebelión total de la creación frente a Dios. Primero, se rebelan los ángeles, desligándose de su obligación de adorar a Dios y servir a los hombres; luego, se rebela el hombre, traspasando sus man= datos, y, como consecuencia, se rebelan las cosas contra el mismo hombre, dejando de estarle pacíficamente subordinadas y quedando a la deriva, sin orientarse hacia Dios. Triple pecado en el que caen las criaturas todas en gradación descendente y cuyo contenido íntimo es, en cada caso, la insu= bordinación a Dios, y en el caso del mundo material la insubordinación contra

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