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que le ha de llevar consigo intencional y directamente al Creador. Por eso escribe San Buenaventura: Totus mundus servit homini, quia factus est pro homine, ut ipse serviat ei qui fecit mundum et hominim. Ergo (si) sentís beneficium continuum administrationis, redde debitum bonae operationis, alioquin de ingra * titudine ¡usté poteris argüí (7). El hombre es, por tanto, como un ministro sagrado de la creación, el sacerdote de segundo orden, después de Cristo, el mediador entre el mundo de la materia y el mundo del espíritu — para eso participa de ambos— , el que dirige el movimiento natural de las cristuras hacia Dios. Considerado, pues, el mundo en este trance de creación, y elevado al orden sobrenatural en su conjunto su finalidad era la de subordinarse — tanto el universo mate= rial como el hombre y aquel mediante éste— al Verbo Encarnado, para dar con El gloria perfecta a la Trinidad. Los seres son los monaguillos de esta liturgia cósmica en la que el Verbo encarnado es el sacerdote principal y el hombre un ministro suyo, participante de este sacerdocio por el que el mundo da gloria continua al Padre. Repetimos que Cristo, como primogénito de toda criatura, está antes que nadie en este plan universal ejerciendo desde el principio una soberanía cósmica que le pertenece independientemente de la redención. Y así, la glo= ria que el mundo material y el hombre prestasen a Dios se concibe como una extensión de la que el Verbo Encarnado daría a Dios=Trino, en cuanto Rey de la creación, con derecho a primado universal sobre todas las cosas. El hombre sería un sacerdote de segundo orden, con obligación de desarrollar todas las posibilidades de la materia y de su propio ser, en cuanto manifes= taciones de la divinidad, para ofrecerlas a Cristo, y esto, sin temor alguno a esa materia, porque entonces no serían indiferentes, sino medios positivos para llegar y revelar a Dios. De esta manera se cumpliría el Coetus ¡n excel= sis, — te laudat coelicus omnis, — et mortalis homo, — et cuneta creata simul, de la Liturgia. 3. De aquí que, considerado el mundo en su aspecto activo y dinámico, Cristo aparece como «eros» del mundo. No olvidemos, en efecto, que todo lo que el mundo griego concibió como explicación del universo, de tan grande alcance no sólo psicológica, sino, sobre todo, ontológicamente, tiene una apli= cación concreta y personalizada en Cristo, Cristo es «ágape» en su relación con cada uno de aquellos a quien se dona con liberalidad suma para que par= ticípen de su vida, y de esta caridad que arranca en Dios, participan todos los que han recibido su gracia. Y es «eros» por su relación con toda criatura en cuanto que, como principio de todo, tiende a estar unido con todo. Esta relación es dinámica y establece una tensión universal, una gravitación cós= mica de orden ontológico=natural — corroborada en el hombre por otra de 14 Ensayo teológico sobre el C on ce p to cristiano d e l mundo (7) Cfr. Sermones de Tempore. In Domin. V III post Penteeosten, serm. I, p. 1; Opera Omnia, Edición monumental de Quaracchi, IX, 385. Posiblemente ha sido S. Buenaventura, movido por su teoría del Bien y del amor, uno de los que mejor han llegado a comprender en el cristianismo lo que es Cristo y el lugar que le corresponde en relación con las criaturas dentro de una concepción verdaderamente cristiana del universo. Por eso también supo comprender tan bien a su Padre Francisco, cuya vida fué un simple poner en escena con sus actos lo que con las letras escribió en libros el Doctor Seráfico.

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