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su aspecto ético, son indiferentes, sirvámonos de ellas, puesto que para eso fueron creadas. Tras de aceptar la existencia de una ley histórica y cósmica que determina de modo necesario el progreso, muchas conciencias se han sometido en la actualidad a la idea de que este movimiento histórico no sólo es necesariamente benéfico materialmente, sino también en el orden mo= ral; es decir, se sostiene una especie de panteísmo místico de la materia por el que se juzga que todo cuanto existe, material o artificial — y por el mismo he= cho de existir— puede ser aceptado. No se adora al mundo, pero se le ofre= ce el mejor aposento de la casa sin pedirle la tarjeta de identidad. Este optimismo ilimitado, defendido por el tolstoísmo, por ejemplo, ha encontrado también adeptos en ciertos franciscanófilos de moda que no tuvieron el suficiente fondo espiritual para comprender un movimiento de tanta profundidad teológica y en el que si se predica el amor del mundo y de las cosas es después de una superación perfecta de las mismas — o, al menos, con simultaneidad ascética— , y justamente por eso. Tal concepción lleva consigo un optimismo sentimental que puede ser morboso muchas veces. Y siempre incluirá una actitud ética equivocada por la que los individuos se considerarán en perenne libertad espiritual ante las criaturas, manteniéndola todo lo que psicológicamente sea posible o hasta que la marea de la vida fuerce a perder su optimismo y las propias reservas psicológicas les incapaciten para sostener tan bello sueño. Olvidan que esta bella teoría, fácil y simplista, tuvo un solo momento en que lícitamente pudo defenderse, y que ya no res= ponde a la actualidad más que como una justa esperanza en que otra vez pueda realizarse una nueva tierra y un cielo nuevo. 2. Concepción pesimista .— Estas actitudes optimistas, favorecidas a veces por determinadas circunstancias históricas y ambientales, suscitaron siempre por reacción — aun dentro del mismo cristianismo— , un concepto pesimista de la creación. A este respecto, fué notable el influjo del maniqueísmo y de las religiones pérsicas en que este pesimismo es postulado fundamental y parte integral de su doctrina; un influjo que se manifestó patentemente como talante normal de las almas sometidas a las directrices de cierta ascé= tica decadente y demasiado antropocentrista. En la actualidad este concepto pesimista se ha extendido como una gran marea contra la que apenas existe el solo dique del materialismo adorador de la materia, que hará posible el nuevo paraíso terrenal. Rusell, por ejemplo, nos ofrece una concepción muy poco halagüeña del mundo. Vivir en él es una desdicha y lo seguirá siendo por mucho que hagan Dios y los hombres: todo está destinado al dolor y a sufrir todo género de males. El cuerpo mismo, como afirmaba la moral, la ascética y hasta la misma picaresca de nuestro siglo X V II es una cárcel y una desgracia que hay que llevar a cuestas dentro de otra cárcel mayor y pasajera, que es el mundo (5). ]0 En sayo teológico sobre el Con cep to cristiano d e l mundo (5) El mismo existencialismo, tanto el filosófico como particularmente el li­ terario, favorece el desarrollo de este pesimismo. Si siempre los hombres del pensamiento han sido menos optimistas que los hombres de la técnica, esta ac­ titud se hace más notoria en la actualidad a través de diversas manifestaciones culturales que, sin fundarse en una concepción definida sobre el valor y signi­ ficado del mundo, dejan percibir el talante espiritual de los hombres de nuestra época. En literatura baste recordar Graham Greene, Bernanos, Mauriac, Coccioli...

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