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P . Julio de Am a ya , O. F. M. Cap. 9 I CONCEPTOS MUNDANOS DEL MUNDO Cada filosofía y cada mística se han hecho y han predicado, de un modo virtual o formal, un concepto de mundo que juega luego papel importante en su interpretación del ser, del universo y de la historia de los hombres. Por lo que hace a los movimientos culturales de la sociedad contemporánea, uno de cuyos grandes descubrimientos ha sido el de acabar de comprender el valor de la materia en cuanto instrumento, también se ha hecho su noción de mundo. Pero ordinariamente se ha fundado o está profundamente influen= ciada por dos posturas equivocadas ante la materia misma y su valorización. Por un lado, un falso espiritualismo ha traído ante el universo material una actitud mística y de exaltación que, al encontrarse sin apoyo por la falta de densidad espiritual de las conciencias, se ha manifestado unas veces por un optimismo exagerado que ve en la materia el elemento primordial sobre el que debe fundamentarse el nuevo paraíso, y otras por un pesimismo nihi= lista que la ha considerado como un peligro continuo contra la autenticidad de la vida humana. Por otro, ha ido ganando terreno un materialismo teórico y práctico que desconoce la primacía del espíritu o traza su concepción del mundo como si en realidad el espíritu no existiese. Trataremos de exponer algo más concretamente estos conceptos (3). a) Concepción optimista. — Son muchos los cristianos ingenuos y superfi= ciales — y quién sabe si, al menos en la práctica, hasta algunos sacerdotes y teólogos poco reflexivos— para quienes el mundo no es más que el conjunto de creaturas salidas de la mano de Dios y que nosotros hemos de aceptar, sin más, como buenas, ya que no le faltaría a El razón para decir por el Gé= nesis: «Y vió Dios ser muy bueno cuanto había hecho.» Cierto tipo de nove= lística actual da también la impresión de tener como postulado fundamental esta bella fantasía (4). Las cosas son cosas y nada más. Como en sí mismas, y consideradas bajo (3) El tema no ha sido abordado, que sepamos, en un sentido adecuado y total. Y es que evidentemente la integración teológica de los diversos aspectos que presenta cuestión tan sugestiva y tan difícil, sólo podrá hacerse después de una asimilación suficiente cíe las diversas corrientes del pensamiento actual en todas sus manifestaciones. Recordaremos nada más unos cuantos nombres que ofrecen sugerencias de interés, como Berdiaeff, Solovief. Dubarle, Jean Mo- roux, Schmaus, Boulgakof, Congar, etc. Grandiosa resulta también la concepción del universo de Rilke. Sólo le faltó colocar en su centro a Cristo. (4) Puede recordarse «La buena tierra», de Knut Hamsum; «El despertar», de Marjorie Kinnam; «El año del Señor», de Heinrich Waggerl... o en un sen tido distinto las fantasías de «El mundo feliz», de Aldous Huxley.
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