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saber a qué atenerse personalmente cada uno, y para que los que son respon = sables de la conservación y expansión del mensaje de Cristo puedan revelar por la predicación, de una manera explícita o implícita, lo que Dios piensa sobre él. Si, como afirma Pío X I I , hemos de rehacer espiritualmente el mundo desde sus cimientos, debemos intentar llegar a la conciencia de los hombres y a su ideología. Habrá resistencias tan tenaces a esta rehabilitación total que sólo un pensamiento denso y profundo será capaz de soportar; un pen= samiento que haga aparecer la realidad como un elemento vital de la his= toria de Cristo, y toda civilización como una estructura esencialmente meta= física, en la cual todos los valores temporales reciben su existencia, su lugar y su peso específico, del valor último trascendente y de adoración, de con= templación y de paz, que es la forma del mundo. Con esto no tratamos de poner a nadie unas gafas como las del viejo brujo que usaba el protagonista de los cuentos de Hoffman, a través de las cuales se vean todas las cosas desagradables como amables y placenteras. Se trata, sencillamente, de pres= cindir de una visión demasiado simplista y natural del mundo para suplan» tarla por otra que se aproxime lo más posible a la divina. Por fin, esperamos que este estudio nos dé luz suficiente para solucionar la aparente antinomia que se da en el cristianismo, el cual, presentando por un lado a Cristo como perfecto amador de todos los valores del mundo y de la vida, por otro le condena y mueve a los fieles a que le teman y desprecien, y esto hasta el punto de mostrarle como uno de los enemigos del alma, con= forme aparece en toda la tradición eclesiástica y patrística y en la hagiografía cristiana, particularmente medieval y renacentista (i). Pero entiéndase bien que lo que aquí intentamos es dar un concepto teológico en sentido pleno, no un concepto meramente ético o cosmográfico; en última instancia, un concepto cristiano deducido de las fuentes de la revelación. Siendo, por otra parte, este trabajo el esquema de un estudio más completo que esperamos publicar pronto, omitiremos la constatación patrística — y aun, en parte, la bíblica— de nuestra interpretación. Unica* mente nos permitimos advertir ahora que si los Santos Padres insisten en los aspectos negativos y de no=valor del mundo es por considerarle a éste bajo un aspecto meramente ético, lo cual puede engañar e quienes acepten esto sin más, como concepto adecuado y suficiente (2). 8 En sayo teológico sob re el Con ce p to cristiano d e l mundo (1) Por no tener solucionada esta aparente antinomia, es frecuente todavía encontrar en libros de ascética y de teología concepciones unilaterales y mini- mistas de la vida cristiana. A veces ve uno con pena que el misterio de Cristo en su integridad no ha sido comprendido; el resultado se manifiesta en una moral naturalista y c>e ocasión, en teorías pseudocristianas sobre las relaciones entre los valores temporales y el Cuerpo de Cristo y en una notoria falta de equilibrio mental y ascético. (2) Para una somera captación del problema en los santos Padres, nos re­ mitimos de momento al P. Henri de Lubac, S. I.: « Catliolicisme ». Les aspects tnciaux du dogme. Les Editions du Cerf. (París, 1947). El aspecto ético del tema ha sido latamente considerado por el P. Donato de Monleras, O. F. M. Cap.: «El concepto ético cristiano del mundo, según S. Juan». Estudios Franciscanos, 53 (1952), 161-198. No extrañará el pesimismo que deja entrever en su trabajo el autor, si se tiene en cuenta que su intento se restringe deliberadamente a con­ siderar el mundo desde un punt.o de vista meramente ético.

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