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Ha de desarrollar con más vivo interés que nadie todos los valores huma* nos y materiales, la técnica y el arte, la inteligencia y la libertad, puesto que tiene garantía de que esos valores van a perdurar de algún modo eternamente en el reino de Cristo. Porque trabaja para la eternidad y no para unos días, como trabaja el mundo. He aquí por qué su acción, traspasada de sentido divino, transciende sus objetos propios y está enderezada a fines superiores; su trabajo tiene un sentido trascendente y le ofrece estímulos más fundados y valederos que los que ofrece el mundo. Debe trabajar también en esta forma y con esta aspiración de conquista porque está obligado a la vez a sal* var a las criaturas todas que gimen en la esperanza de su acción liberadora. Lo dice maravillosamente San Pablo: «El continuo anhelar de las criaturas ansia la manifestación de los hijos de Dios; pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios, ( 12). Y el responder a esta llamada urgente de las criaturas es vocación y misión del hombre cristiano hasta hacer real la profecía de Jesús de que, cuando fuese levantado en alto — he aquí el misterio universal de la Cruz— atraería hacia sí todas las cosas.» Según Papini, habría sido Salvador Dalí, el gran pintor catalán, quien se habría atribuido para sí esta gran misión, al decir en una entrevista con el imaginario señor Gog: «Estoy transformando en formas y signos nuevos toda la realidad...; estoy dando vuelta al mundo que todos conocen a fin de mostrar la otra parte, el anverso, el otro lado. La verdad es como la luna, que muestra solamente una de sus faces. Solamente mi genio puede imponer una segunda y más auténtica visión del universo. Dios ha dejado su creación a medio hacer; corresponde ahora a Salvador Dalí completarla y termi= narla» ( 13). Sí; hay que transformar la realidad en formas y signos nuevos, pero no por imperativos del nuevo arte, sino por imperativo de una misión teológica impuesta por Cristo a los que creen en El. Es necesaria una visión más autén= tica del universo, pero no la que nos ofrezca cualquier visionario o profeta, profano, sino la que nos ofreció Jesús y la que El vió con sus ojos y de la que cada cristiano debe tratar de adquirir algún destello que ilumine su visita para ver las cosas como Dios. En cierto sentido, Dios ha dejado la creación a medio hacer, pero no es precisamente el orgullo de Salvador Dalí quien está llamado a completarla, sino el esfuerzo de cada uno de los miembros de la Iglesia Santa y Católica, y justamente en cuanto miembros, no en cuanto individuos aislados. Sólo de esta manera quedará restablecida la armonía primitiva y sal= vado el mundo. Sólo así la Iglesia aparece ante nosotros en su plenitud, como (12) Rom., 8 , 19-21. De un modo inmediato, esta labor está confiada a los seglares en la Iglesia. El arte y la técnica de todos los hombres, pero particu larmente de los que creen en Cristo—y en algún sentido solo de ellos—, liberta ran en primera instancia a las criaturas; ellos serán los padrinos en el bautismo de la creación, hecho medíante las bendiciones de la Iglesia. (13) G iovan . vi P apini : «El libro negro.» «Buenos Aires, 1952), pág. 182. 24 En sayo teológico sobre el C o n c e p to cristiane d e l murnlo
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