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P. Julio ele Ama ya , O. F . M . Cap. 2 3 nos debe hacer, por tanto, la huelga al mundo y no prestarle su colaboración, por el contrario, debe trabajar por la extensión del dominio de Cristo, y debe hacerlo con confianza, a pesar de los aparentes fracasos, no olvidando la palabra de Jesús, que dijo: In mundo pressuram habebitis; sed confidite, ego vici rnundum. Desde San Pedro, la Iglesia está acostumbrada a andar sobre las aguas durante la tempestad — como se ha hecho notar— para ir por cuaU quier camino hacia el encuentro de Cristo. Si Pedro se anegó fue porque tuvo miedo, pero la Iglesia no debe tener miedo al mundo. Y si alguna vez el cristiano se dejase llevar de él debe volverse pronto hacia el Maestro, como el apóstol Mientras tanto, esta Iglesia lucha y se va edificando poco a poco; el mundo es la cantera de la que los cristianos van restituyéndose piedra a piedra lo que es suyo y de Cristo para edificar el reino. Una edificación que se hace continuamente en la esperanza. De todo lo dicho se desprende que si queremos definir al mundo en estado de consumación, habremos de distinguir dos aspectos. En estado de consu= mación inicial el mundo es EL CONJUNTO DE VALORES, DE HOM= BRES Y DE COSAS QUE DEBEN SER CONQUISTADOS PARA CR ISTO EN LA IG LES IA Y POR LA IG LES IA . En estado de consu= mación perfecta es EL UN IVERSO RECONC IL IADO CON DIOS POR CR ISTO , idea que puede resumirse en la frase de San Agustín: Mundus reconciliatus, Ecclesia; es decir, reino de Cristo. Porque siendo la Iglesia la expansión de la Encarnación redentora debe tender ahora a lograr la efica= cia de la misma mediante la crucifixión del mundo con Cristo para que luego pueda reinar también con El Justamente por eso defiende un esplritualismo de transformación de la materia y del universo y no de separación del mis= mo, como hicieron las viejas sectas y algunos sectores del protestantismo. Se repite, en este caso, la historia de Abraham. Dios le pide que sacri* fique a su hijo, y el patriarca hace efectivamente la renuncia, pero se encuen* tra luego con que, además de encontrarle de nuevo, recibe la promesa de una innumerable descendencia. Así es la historia de los cristianos perfectos, que llevaron a la práctica esta doctrina sobre el mundo. Renunciaron a un amor, a una tierra, a una flor..., y encontraron que entonces eran suyos todo el amor, toda la tierra y todas las flores. Para que hubiese un cumpli* miento colectivo de la promesa de Cristo, según la cual quien deja por El las cosas de este mundo encuentra luego en premio el ciento por uno, aún en esta vida. Este espiritualismo debe ir inundando las criaturas hasta lograr que la Iglesia sea cósmica y resuma de hecho el universo, como lo es ya de derecho. Porque lo mismo que el Verbo se hace carne para habitar en toda carne; es decir, para llevar en sí a la humanidad entera, ella debe recapitular todo en Cristo, atraerlo todo hacia El, que es su principio y su fin. Esta es, por tanto la actitud del cristiano ante la nueva perspectiva que desde este ángulo teológico ofrece el mundo: la de instaurador y conquista* dor de este reino de Dios invadido por el pecado. ¿COMO? Primero, cru= cificándole con Cristo, según hemos dicho anteriormente. Pero no acabán= dose ahí solo, sino acabando y completando el universo, integrándole en su vida y, por ella, en Cristo, haciéndole inteligible con la inteligibilidad del Verbo, descubriendo en él esa oculta armonía de que habló Pitágoras y que es expresión de la bondad y la belleza del Verbo Encarnado.

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