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P. Julio d e Am a y a , O. F. M . Cap. 21 sus misterios se prolonguen en nuestra vida y expandiendo en su Cuerpo Místico la gracia como principio simultáneo de gloria y de Cruz. Por eso, San Pablo nos ofrece, junto a nuestra participación en la Cruz del Señor — compatimur, conmorimur ...— nuestra participación en el triunfo — con= glorificemur, convivemus, conregnabimus, conresuscitavit, convivificavit ...— Y este es el tiempo en que la gracia se muestra redentora con redención aplica» tiva de la Iglesia en nuestras almas y de nosotros en el mundo. Por lo cual, la Iglesia y los cristianos, los que han salido del mundo para no vivir del espí» ritu de rebelión que anima a sus seguidores, están perpetuamente en el Cal» vario, pero sabiendo que muy cerca del Calvario se encuentra el sepulcro de la resurrección ( 11). Aclaremos que esta actitud de renuncia y crucifixión que debe observar el cristiano ante el mundo en pecado, a éste le parece absurda, puesto que la juzga como odio injustificado contra los valores temporales. El hombre mundano se ríe del cristiano, que se despoja de tales valores y los sacrifica dolorosamente a otros superiores: hasta llega a odiar a quienes obran impul» sados por este sentido redentor que mueve a los que están unidos con Cristo. Los hijos de Dios, por su parte, no deben extrañarse de ello. Ya dijo hace mucho San Juan: Propter hoc mundus non novit nos, quia non novit eum. Es cierto que para los cristianos este odio será muchas veces causa de tris» teza, y hasta se sentirán tentados con frecuencia a no llamar la atención del mundo, aun a costa de negar a Cristo un testimonio que le deben, pero deberán recordar que esa tristeza es la que dijo Jesús que se convierte en alegría, puesto que lo que abandonan lo vuelven a encontrar todo transformado. Ahora comprendemos la bella interpretación bonaventuriana sobre la crucifixión del mundo y de la carne, simbolizados en los dos ladrones que mueren junto a Cristo. Se comprende que El sepa exponernos esta doctrina mejor que nadie..., porque es franciscano. Y creemos que no ha habido en la historia de la Iglesia un movimiento de profundidad teológica y ascética que haya puesto de relieve tan palpablemente este misterio y esta grandiosa concepción cristiana del mundo como el franciscanismo, el movimiento ins» pirado por el crucificado del Alvernia. Y el misterio de la alegría franciscana, del amor franciscano por las criaturas..., tiene su raíz y su explicación en el misterio de la pobreza y del desprendimiento predicada y practicada por los frailecillos de Asís. C) E l mundo en período de consumación. El panorama que el mundo presenta para el cristiano, visto a través de lo que acabamos de decir, pudiera parecer a muchos demasiado oscuro. (11) Este es uno de los casos en que más evidentemente actúan sobre la con­ ciencia cristiana unas cuantas antinomias aparentes y paradójicas que resume el P. Ortegat al principio de su precioso estudio sobre filosofía de la Religión. Cada hombre y cada época se sienten tentados hacia uno de los extremos, y a veces es necesario el esfuerzo mental y apostólico de varias generaciones para atraer hacia el justo término meció lo que hombres de otros tiempos les legaron, sin darse cuenta que proponían como definitivo lo que era uña interpretación subjetivamente recta y sincera, pero quizá objetivamente exagerada. ¿No perte­ necemos acaso nosotros a una genración que lucha por la revisión de toda clase de sistemas y de técnicas?

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