PS_NyG_1955v002n002p0007_0026

la jerarquía de valores establecida y, más en concreto contra el orden sobre= natural. > Como hemos indicado, este pecado de las cosas se explica porque la na= turaleza y el hombre forman un todo, que es el universo. Al pecar el hombre, la naturaleza queda maldita por su causa, como dice el Génesis, y sujeta a la vanidad — según expresión de San Pablo— , viniendo a sufrir luego el mismo hombre las consecuencias de esta rebelión. El pecado de Adán, que hizo res= quebrajar las relaciones de armonía y jerarquización que había entre su cuerpo y su alma, rompe también las relaciones entre hombre y mundo material, entre el mediador y uno de los términos de la mediación... Se trastorna la ley de gravitación espiritual por la que las cosas colaboran a la perfección sobre= natural — única perfección adecuada para el hombre en esta economía— , y vienen a ser entonces un peligro inmediato y permanente con cierto poder magnético y de atracción sobre el espíritu por el que arrastran hacia sí mis= mas en vez de revelar y llevar a Dios, constituyéndose, por tanto, en medio de tentación y enemigo del alma. Cada nuevo pecado del hombre es un restablecimiento del caos; cada vez que se cae en la tentación que las cosas ofrecen va incrementándose la rebe= lión del universo, a quien se convierte en ídolo y razón de vida. Y hasta que el hombre, por medio de la gracia, no recobre totalmente el dominio sobre su cuerpo y su alma, no recobrará tampoco el dominio que de derecho tiene sobre la naturaleza. Claro está que en el estadio actual del mundo y de la Iglesia este dominio no llegará a ser ya de todas maneras perfecto, si no es por una gracia especialísima y restringida, como la concedida a San Fran= cisco de Asís en sus relaciones con los animales, puesto que por disposición divina la gracia redentora — como la redención misma— no tiene inmediata* mente eficacia absoluta ni incluye la vuelta al estado inicial del Paraíso. El mundo, pues, está en pecado. Los textos bíblicos confirman las cons¡= deraciones teológicas que acabamos de hacer, particularmente en el Nuevo Testamento. Es cierto que cuando la Sagrada Escritura habla de mundo no lo hace siempre dando al vocablo el mismo contenido ideológico. De sesenta y cuatro veces que usa la palabra San Pablo y de las ciento justas que la usa San Juan — setenta y siete en el Evangelio, veintidós en la primera epístola y una en la segunda— , unas veces significa el universo material, otras los hombres que habitan el universo, estos mismos hombres en cuanto aceptan el amor de Dios, los hombres en cuanto rechazan el amor divino, las cosas en cuanto apartan de ese amor... Pero en todo caso, todos estos sentidos se redu= cen a dos: mundo, como orden de la naturaleza — sentido físico— , y mundo como orden de la gracia recibida o rechazada como campo de batalla entre el Bien y el Mal, entre Cristo y el Diablo, como teatro de la historia de la sal= vación. Este segundo aspecto, que es el teológico — y no meramente ético, aunque ordinariamente se le haya considerado más frecuentemente desde este punto de vista— , es también el que nos interesa. Recogiendo la doctrina de las fuentes sobre el juicio que a Dios le merece el mundo en este aspecto, en cuanto ensombrecido por el pecado y escena de lucha, se podría resumir en cuatro puntos, que vamos a desarrollar brevemente: a) El mundo está en pecado .— Y este pecado abarca las personas y las cosas. Justamente son mundo éstas y aquéllas porque son pecado. Pertenecen 16 Ensayo teológico sobre el Con ce p to cristiano d e l mundo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz