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2 1 8 Hacia un m u n d o nuevo rizonte. Entramos en una nueva edad media. Se acabó la ñoñez burguesa, liberaloide y escéptica. Alborean tiempos nuevos con convicciones, princi­ pios, religión y creencias. ¿Bajo qué bandera combatirán los nueves espíri­ tus que despiertan a la nueva edad? He aquí el gran tema del momento, pues se izan las dos banderas de eterna lucha y las dos ciudades antagóni­ cas de San Agustín se aprestan al combate. El sino de la nueva edad es que ha pasado la secularización burguesa del mundo y entramos en un nuevo período religioso: la religión de Dios contra la religión de Satanás. «En esa éocca, dice Berdiaeff, toda la vida y todos sus aspectos serán situados bajo el signo de la lucha religiosa, de la manifestación de los principios religiosos extremos. La época de la lucha aguda entre la religión de Dios y la religión del diablo ya no será una época seglar sino religiosa... Por eso el comunis­ mo ruso, con el desarrollo que trae del drama religioso, pertenece ya a la nueva edad media, no a la vieja historia moderna» ( 16). De este análisis de nuestra época, Berdiaeff concluye que el hombre de hoy que tome conciencia de su responsabilidad debe realizar un programa semejante al que realizó San Agustín en el principio de la primera edad media: irradiar luz para que en las tinieblas próximas la humanidad sienta alivio en medio de la lobreguez y realice cuanto antes el misterio de purifi­ cación que acompaña siempre a toda edad media. A l concluir esta exposición del pensador ruso Berdiaeff no podemos me­ nos de aludir a la parte más lamentable de su filosofía de la historia. Un acotamiento en su obra capital, El sentido de la historia, nos pondrá en contacto con su pensamiento mejor que un comentario propio. «Cristo, como Hijo de Dios, ha sufrido efectivamente su trágico des­ tino. Si realmente le ha alcanzado el proceso histórico, esto significa que hemos de reconocer necesariamente en la Vida Divina una tragedia. Es im­ posible negarse a reconocer la mutabilidad divina v al mismo tiempo acep­ tar plenamente el trágico destino de Cristo como H ijo de Dios. Es así como la conciencia cristiana reconoce la posibilidad de introducir en la Esencia divina un principio de trágica movilidad o mutabilidad» ( 17). Según esta concepción, el destino de Dios entra en juego en el mismo destino del hom­ bre. La crisis humana es por lo mismo una crisis divina. La divinidad tiene la sublime condescendencia de sufrir y penar en las luchas y sufrimientos de los hombres. Hasta aquí ha llevado el filósofo ruso su afán de dinamismo, de activi­ dad. Ya no es sólo la Iglesia quien está sujeta a cambios en la evolución de los siglos. Es el mismo Dios quien juega su virtualidad creadora en la acti­ vidad buena o mala del hombre. No podemos ahora adentrarnos en los pre- (16) o. c.. p. 63. (17) El sentido de la historia. Ensayo filosófico sobre los destinos de la humanidad. Trad. españ. 2 ed. Barcelona, 1953, p. 62.

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