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P. Ventosa 217 el desenvolvimiento paradójico de la historia moderna. A través de su auto- afirmación, el hombre se ha perdido en lugar de encontrarse. La historia mo­ derna es una empresa que ha fracasado» ( 12). Y en otro lugar: «El Rena­ cimiento llevaba en sus entrañas todo lo necesario para destruirse... E l Re­ nacimiento oculta en sí la semilla de muerte, y por eso en sus cimientos anidaba la contradicción destructora del humanismo, de ese humanismo que por una parte engrandecía al hombre, atribuyéndole fuerzas ilimitadas, y por otra, no veía en él más que un ser limitado y subordinado que ignoraba la libertad espiritual» ( 13). En oposición a Huizinga, Berdiaeff ve en la edad media la plenitud de la vida cultural sombreada por esa fuerza inmortal que es el cristianismo. La edad media ignoraba muchas cosas, es cierto; pero conocía la capital: el verdadero puesto del hombre y de sus fuerzas y valores. La edad moderna se aprovecha de ella, y lo mejor de la cultura moderna a la edad media per­ tenece. «La edad media había preservado las fuerzas creadoras del hombre, escribe Berdiaeff, y había preparado el florecer espléndido del Renacimien­ to... Y todo lo que hubo de auténtica grandeza en el Renacimiento, esta­ ba vinculado con la edad cristiana» ( 14). Por ella resulta absurda la indignación del hombre moderno contra el fracaso del cristianismo y de la Iglesia. Si el hombre moderno, razona Ber­ diaeff, alteraba y desfiguraba el cristianismo y, finalmente, se levantaba con­ tra él, traicionándole, ¿con qué derecho hace ahora responsable al cristianis­ mo de sus propios pecados y de sus propias culpas? ( 15). Ahora al hombre moderno no le toca más que afrontar la catástrofe que él mismo ha provo­ cado y prepararse para una nueva edad media. «El destino humano ha su­ frido una catástrofe irreparable. La catástrofe de una conciencia que se ha roto al pasar de la autoafirmación a la autonegación.» Los síntomas de esta catástrofe que se avecina los personaliza Berdiaeff en dos hombres de ideología en apariencia opuesta, pero en el fondo muy semejante: Nietsche y Marx. En ambos una plétora de humanismo falsea por completo el sentido de lo humano hasta llegar a lo antihumano. Los ex­ tremos se tocan una vez más. Nietsche en su concepción del super-hombre, sin otra ley que su «voluntad de dominio» llega al límite del humanismo para tornarse anti-humano. Y es asimismo anti-humano Marx al buscar la plenitud del humanismo en la colectivización estatal, que es la ruina de todo verdadero humanismo. Todo esto pregona a su vez que el ocaso del humanismo renacentista llega. Llega el ocaso de los ídolos viejos y otros nuevos aparecen en el ho- (12) o. c.. p. 12. (13) o. c.. p. 18. (14) o. c., p. 19. (15) o. c., p. 47.

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