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P. Ventosa 215 que reconocer que el cine deja inactivo todo un grupo de percepciones esté­ tico-intelectuales. Lo cual sin duda alguna lleva a la debilitación del razo­ namiento» (7). Y sobre todo lamenta Huizinga el creciente desinterés por la verdad. La verdad se halla vendida al primer postor: sea éste el éxito, el partido, la política, el dinero, etc. Manifestación última y caótica de esta falta de amor a la verdad es el triunfo del Bios sobre el Logos, las fuerzas brutales del exis­ tir sobre las fuerzas serenas de la verdad. Con el escalpelo del análisis nos va haciendo ver Huizinga cómo este irracionalismo traducido en moral ha con­ ducido a su abolición total a favor de lo heroico, según deseaba Nietsche. Pero de todos es sabido que lo heroico nietschiano no es en definitiva más que la fuerza bruta en despliegue magnífico. Junto al caos moral las puerilidades de los grandes hombres, las supers­ ticiones colectivas, algunas de ellas tan absurdas como la de Spengler propug­ nando la guerra de los Césares modernos. Finalmente se ve al arte avanzan­ do más y más por la senda del ridículo a partir del descenso histórico del impresionismo. Si en el análisis del hecho de nuestra decadencia cultural se opone radi­ calmente Huizinga a Spengler, no se opone menos en el remedio que pro­ pone. Con dureza desecha la solución spengleriana: «Bien mirado todo, dice hablando de ella, parecen existir hartas razones para dar el nombre de babarie a esa «civilización» de Spengler que va unida, al parecer, con la fero­ cidad y la inhumanidad» (8). A continuación añade, preguntándose por una solución más efectiva y noble: «¿Quiere esto decir que compartamos el fa­ talismo de Spengler? ¿Quiere esto decir que no haya camino de salva­ ción?» Por desgracia Huizinga comparte los prejuicios de gran parte de la cul­ tura moderna contra la misión de la Iglesia. De ahí el que no muestre el más leve optimismo hacia su labor en el futuro. Tan sólo le parece posible fundar un sano optimismo en una cultura que tenga como cimientos el ascetismo, la «catharsis» purificadora por la que el alma griega se elevaba viendo las representaciones de las tragedias de sus inmorales poetas, el sen­ tido de universalidad sin distinción de pueblos ni de razas, la infusión de espíritu a esta mecánica que nos ahoga. Y sobre todo Huizinga pide una mirada hacia Cristo. «El nuevo ascetismo tendrá que ser una entrega de sí mismo a lo supremamente concebible. Ello no puede ser ni el Estado, ni el pueblo, ni la clase, ni la propia existencia personal. Felices los que en ese supremo principio sólo ven el nombre de Quien dijo: «Yo soy el ca­ mino, la verdad y la vida» (9). (7) o. c.. p. 68-69. ( 8 ) o. c., p. 207. (9) o. c.. p. 223.

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