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212 Hacia un mund o nuevo Este es, sin discusión, el jefe de los profetas fatídicos. Su famosa obra La decadencia de occidente (i) es universalmente conocida y fue como to­ que de clarín para dar la voz de alerta. E l mundo occidental va a su mina. Para Spengler es ésto un hecho macroscópico que se nos impone aún a pe­ sar nuestro. No se esfuerza por ello en demostrarlo. Le interesa más bien saber en qué forma se está verificando la extinción de la cultura occidental. Clave de la explicación spengleriana de la decadencia de nuestra cultura es su distinción entre cultura y civilización. Acotemos al mismo Spengler. E l mismo mejor que nadie nos revelará su pensamiento: «Civilización... es un remate. Subsigue a la acción creadora como lo ya creado, lo ya hecho, a la vida como la muerte, a la evolución como el anquilosamiento, al cam­ po y a la infancia de las almas... como la decrepitud espiritual y la urbe mundial, petrificada y petrificante». Como ejemplo explicativo recuerda a la civilización mecanizada de Roma que sigue a la cultura creadora de Gre­ cia. «Sin alma, sin filosofía, sin arte, animales hasta la brutalidad, sin es­ crúpulos, pendientes del éxito, hállanse situados los romanos entre la cultu­ ra helénica y la nada... Los griegos tienen alma; los romanos, intelecto. Así se diferencian la cultura y la civilización» (2). Si prescindimos del ejemplo histórico en cuya valoración no todos han de convenir con Spengler vemos clarear su pensamiento sobre las diferencias fundamentales que separan la cultura de la civilización. En definitiva: la cultura es la fase creadora, la eclosión productiva de los pueblos que se anquilosan primero, y después mue­ ren por efecto de la civilización. Grecia, crea; Roma, usufructúa aquellas creaciones, las mecaniza, y por ese camino viene el fin. Estas observaciones nos adentran en la filosofía spengleriana de la histo­ ria, cuyos principios podemos sintetizar en los dos siguientes: Primero, los pueblos no son «naturaleza», sino «historia», y su «historia» es la historia de todo organismo biológico: nacimiento, infancia, adolescen­ cia, plenitud de vida, decadencia y muerte. Segundo, si las leyes que rigen a la naturaleza son las leyes de la causa­ lidad, las que rigen a la historia son las leyes del «sino». Por ello dice Spen­ gler que «la matemática y el principio de causalidad conducen a una orde­ nación naturalistas de los fenómenos; la idea de sino a una ordenación his­ tórica». Pues bien, razona Spengler. Los pueblos en su cultura tienen un sino peculiar. Llenado ese sino les toca morir. Cumplieron su ciclo vital. Tam- O . S p e n g l e r (1) Der Untergang des Abendlandes. Umrisse einer Morphologie der Welt­ geschichte. 1918-1922. Citamos por la trad. esp. de G. Morente, 6 ed. Madrid, 1944-1946. (2) La decadennia. . I, p. 54.

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