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P . M ateo d e Encinas 1 7 9 téntica en medio del mundo, con su espiritualidad propia, con sus votos y obligaciones que les consagraba oficialmente como selectos, como una aris tocracia espiritual entre la masa de cristianos. E l ser miembro de la Orden Tercera era algo que penetraba la vida entera, comprometiéndoles con el ideal franciscano de perfección y santidad según el Evangelio. De este modo el apostolado franciscano extendía su influencia y difundía sus ideales, renovando la sociedad. Su acción comenzó a penetrar no sólo el mundo de los labriegos y aldeanos, sino también el ambiente d ifícil de las multitudes mercantiles, preludio de la civilización industrial. Los pequeños artesanos de toda especie que invadían las calles sombrías de las nacientes ciudades, absorbidos por sus negocios, sus intrigas y sus usuras, se iban ale jando poco a poco de la religión. Espiritualmente desatendidos, se entrega ban a un paganismo supersticioso al margen de toda orientación religiosa o moral. E l Franciscanismo logró penetrar en su ambiente, precedido por la fama que difundía la Orden Tercera, removiendo las conciencias y desper tando sentimientos cristianos ya en derrota. Dentro de esa sociedad los ter ciarios, cada vez más numerosos, ejercerán una preciosa labor de testimonio. Testimonio del sentido cristiano de su propia profesión, de su propiedad, de su vida social. Cristianos siempre, en la iglesia y en la calle, en privado v en público, en el trabajo y en la diversión, en la alegría y en el dolor. La po breza altísima de la primera Orden se reflejaría también en el espíritu de po breza de los terciarios, pobres o ricos. Y por fin ofrecerían al mundo el testi monio edificantísimo de su íntima fraternidad. La señal distintiva del cristia no debía ser igualmente la del espíritu franciscano. Dentro de la Hermandad desaparecerían las clases, y si algún privilegio había, debería ser para los más pobres. Gracias a esta Hermandad, en la que se unían reyes, nobles, obreros y mendigos, gracias a ella el Franciscanismo pudo realizar aquella inmensa obra de beneficencia, que ha sido a lo largo de los siglos su fuerza social y su prestigio. Los terciarios deberían auxiliarse mutuamente; estar al servicio de los necesitados y ser los primeros en responder a las exigencias de justicia y caridad. Toda clase de obras de misericordia brotaban del seno de las Her mandades terciarias, impelidas por las necesidades de todos los tiempos ( 2 ). Existen en cada época muchas clases de desórdenes; pero San Francisco sa bía que no existe más que un orden: el de la caridad. E l Franciscanismo procuró imponerlo mediante la Hermandad de Penitencia. E l nombre mismo que Francisco les da revela su espíritu: hermanos y hermanas de penitencia. Como hermanos deberían sentirse íntimamente uni dos, amarse. Como penitentes deberían combatirse a sí mismos, negarse, ex piar. Deben renunciar a las armas que dividen y hieren, a fin de que aparez can como mensajeros de paz. Y como distintivo externo les impone un há- (2 ) F red eg an d o de A m b e res, Il Terz-Ordine Secolare di S. Francesco. R o m a , 1921, pág. 122 ss.
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