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P . M ateo ele Encinas 1 7 3 hoy más que nunca, en expresión del Papa actual, al cristiano se le impone el tono heroico de la vida. E l cristianismo ha perdido vigor invariablemente en épocas de facilidad. Algo análogo presenta la historia del Franciscanismo; a medida que el Franciscanismo se hum illa y empobrece materialmente, ga­ na en eficacia. San Francisco se impuso una norma de vida tan d ifícil, he­ roica y humanamente dolorosa, que rayaba en lo sobrehumano. Sin embargo aquello despertaba un entusiasmo que atraía poderosamente. Aquel ejemplo les pareció d ifícil, sin duda, pero tan hermoso, que inevitablemente les con­ quistaba. Los primeros franciscanos, tan pobres y fervientes, sencillos como niños, dejaban huella en las almas. A sí hizo su aparición el Franciscanismo. Su espiritualidad era tan fuer­ te y ardiente que fascinaba a los hombres, conscientes de hallarse en pre­ sencia de lo sobrenatural. D ice la Historia que después de las exhortacio­ nes de Francisco, muchos pedían seguirle, anhelando penetrar en el secreto de su fervor y de su alegría. Sabemos, por otra parte, que sus exhortaciones se reducían a repetir ferverosamene frases del Evangelio invitando a una vida pura, al amor, al desprendimiento y a la esperanza en la felicidad eter­ na. Pero aquel hombrecillo electrizaba a la multiud y les hacía olvidar sus mismas ligaduras terrenas. Están dispuestos a seguirle a toda costa. Francis­ co observa la conmoción de las masas ante el simple y austero mensaje del Evangelio, y se hace cargo de su necesidad de orientación y de estímulo. Pero Francisco no era un iluso, como tantos reformadores de su época, que arrastraban a las masas hacia formas de vida insostenible. Comprende que los arrebatos sobrenaturales, cuando no están apoyados en la condición terrenal del hombre no pueden durar y concluyen en un desencanto deseo- razonador. Por eso con un sentido realista y entrañablemente humano de apostolado les enseña algo más hum ilde, pero más eficaz. No se trata de abandonar el mundo al cual están ya ligados por su fam ilia y su profesión, sino de santificar su vida ordinaria, infundiendo un sentido cristiano a los actos humildes de cada día, del matrimonio, de la fam ilia, de la sociedad. Por eso la acción del Franciscanismo resultó ser algo eficaz, auténticamente social, porque procuró insertar el espíritu religioso en la misma vida. San Francisco no recurrió al Evangelio con un simple afán de prim itivismo cris­ tiano, sino para mostrar los valores originales que más necesitaba la época. Entre ellos: El concepto cristiano del trabajo E l hombre está ligado al trabajo, a una actividad económica que absorbe gran parte de su vida, de su tiempo, de sus energías. Por consiguiente, toda espiritualidad que esté desligada del mundo del trabajo no arraigará sino muy superficialmente, ni transformará al hombre. Pretender cristianizar al hom­ bre sin cristianizar su trabajo, sus negocios, su actividad económica, es ilu-

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