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172 E l fran ciscan ism o : su va lo r y a ctu a lid a d social ciencias de los mejores franciscanos, lo cual quiere decir que todavía no se ha respondido seria y eficazmente a ella. No cabe duda que el Franciscanismo interesó profundamente a la socie­ dad del siglo X III, consiguiendo penetrarla de espíritu cristiano. E s proba­ ble que el laicismo que se desarrolló en la Edad Moderna se hubiese anti­ cipado a no ser por la oportuna y eficaz intervención del Franciscanismo. La sociedad dejaba de ser eclesiástica y estaba en peligro de hacerse com­ pletamente laica. Entonces aparece el Franciscanismo y la infunde una espi­ ritualidad nueva que sustituye con ventajas el perdido carácter eclesiástico. Sin violencias, sin detener su evolución hacia formas más autónomas que reclaman su mayoría de edad, el Franciscanismo viene a darle esa espiritua­ lidad madura, apropiada a su desarrollo. Crea en ella una conciencia reli­ giosa, que penetre sus exigencias sociales y económicas, sin coartar su libre actuación. Sucede en la vida social como en la del individuo: La suficiencia que da el desarrollo psíquico hace sentir como inadecuadas y perjudiciales las formas antiguas, si no se le presentan de un modo adecuado. E l adolescente ve una especie de engaño en las fórmulas infantiles que le retenían dentro de sus deberes. Y del desprecio de la forma se pasa al desprecio del deber en sí. Lo mismo en la vida social. Si la religión no sabe presentarse apta para ser vivida dentro de las exigencias sociales de cada momento, será rechaza­ da y desvalorizada como un ritualismo inerte, apto únicamente para retener a una sociedad de espíritu infantil. E l cristianismo del siglo XII estaba amenazado de esta desvalonzación. La culpa no la tenía el cristianismo, como se vió después, sino los cristianos y eclesiásticos que habían perdido su espíritu y apenas guardaban sino una forma puramente externa de cristianismo; forma que resultaba inadecuada para los tiempos nuevos, que ofrecían un mayor dinamismo. E l Francisca­ nismo hizo ver que el cristianismo poseía una vitalidad y una modernidad que está por encima del envejecimiento de las formas. Aquello resultó ser algo maravilloso. San Francisco, buscando valientemente las exigencias más altas de un auténtico cristianismo, se encontró con que se hallaba mucho más cercano al alma del nuevo orden social, que el cristianismo flojo y ru­ tinario de la época. Por eso la acomodación que se reclama a veces para el cristianismo se presta a equívocos. En realidad lo que se pide es una reno­ vación, no en el sentido de innovación, sino de volver a lo original, a lo puro, a lo genuino. Y fué precisamente lo que hizo San Francisco y su Orden. E l cristia­ nismo ha penetrado siempre en virtud de una especie de contradicción, de un desacomodación. Frente al afán de comodidad v de progreso material que parece ser el único ideal de cualquier organización social, el cristianis­ mo viene a ser lo incómodo, lo d ifícil, lo heroico. E l ser d ifícil va en la en­ traña misma del cristianismo, y no hay por qué ocultarlo. Siempre, pero

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