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184 E l franciscan ism o: su va lo r y a ctu a lid a d social vigorosa de la historia franciscana. A un siglo más presuntuoso oponen una mayor simplicidad, aunque sea a costa de la ciencia, en conformidad con el espíritu original del Franciscanismo. Lo que les falte de ciencia lo suplirán con amor, con caridad y entrega generosa, con santidad de vida. A un am­ biente más d ifícil y hostil, una santidad más heroica, un renunciamiento más exigente, una caridad más ardiente. Esta es la norma del Franciscanismo y la que hoy se echa más de menos para poder sacudir este medio descris­ tianizado de la sociedad obrera, que desconfía de todo lo que viene del sacer­ dote, incluso de su amistad, pensando que se les quiere «enganchar». Ante esta pobre idea que se forman del apostólico católico y de sus enviados, como si fuesen explotadores, ¿qué hacer para llevarlos a la idea de servir al Señor? Existe una incomprensión naturalista de la abnegación y de las v ir­ tudes evangélicas. Masas descristianizadas que «guardan sin duda en su conciencia muchas exigencias cristianas», se despegan de la Iglesia, decía el Cardenal Suhard, «para satisfacer en místicas ateas su apetito de goce y co­ modidad y a la vez su menester de generosidad». Es todo este complejo sociológico lo que hay que penetrar de caridad y luz evangélica. Para ello se habla modernamente de la necesidad de testimonios ardien­ tes que despierten interés por la fe en medio de los hombres. En realidad eso fué lo que San Francisco realizó con su movimiento franciscano. Tam ­ bién hoy se siente la necesidad de que la vida de testimonio cristiano tiene que ser austera y pobre. La pobreza, el despego sincero de los bienes de la tierra, la renuncia al dinero, constituye un testimonio tanto más vivo, cuanto está más en contradicción con las ambiciones de la universalidad de los hom­ bres. San Francisco es, por lo mismo, el protagonista de este movimiento, porque fué él quien contrarrestó la decadencia del influjo cristiano, median­ te el retorno a la imitación de Jesucristo; o mejor que im itación, el francisca­ no aspira a la «conformidad» con el Cristo pobre y doliente, compañero in­ visible y silencioso de su vida, cuya imagen cabal intenta reproducir. La imitación de Cristo en la vida personal tiene que ser completada por la acción, concretamente por la caridad- Es claro que el testimonio de la fe y de la piedad cristiana para que sea cristiana debe llevar hacia el amor y la caridad que Cristo enseñó. Todo cristiano debe saber que lo primero en el cristianismo es la caridad, pero si ven que en la práctica se da siempre la preferencia al culto sobre la caridad, no llegarán a comprender fielmente el mensaje evangélico. Los cristianos encuentran frecuentemente sacerdotes fervorosos por su piedad, pero no hallan quizá con la misma frecuencia tes­ timonios tan puros de caridad desinteresada y ardiente; v esto es tan esen­ cial como lo anterior. H oy el cristiano, en general, no llama la atención por su fraternidad ni por su caridad, y éste es el signo más claro de la pérdida del espíritu cristiano en las almas. Católicos fervorosos en el plano de la piedad y de la oración, manifiestan los prejuicios más anticristianos en el plano social. M ientras que el sentimiento de la fraternidad es puesto como

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