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1 8 2 E l fran ciscan ism o : su va lo r y a ctu a lidad social des, de lugares comunes y vaguedades retóricas, resultó ser algo maravilloso, desconocido, verdaderamente enardecedor. E l ser cristiano volvía a ser una novedad como en tiempo de San Pablo; algo bello y estimulante, que sin cambiar aparentemente nada, lo cambiaba todo de un modo radical. H o y, como en tiempo de San Francisco, el cristianismo ya no parece nuevo ni atrayente, sino como envejecido y diluido de devociones y conven­ cionalismos superficiales. Se necesita otra vez redescubrir el Evangelio, amar­ lo, vivirlo y de ese modo presentarlo como la doctrina más bella y enardece- dora; la que más se acerca a los hombres y acerca a los hombres entre s í; la que despierta todas las aspiraciones a la nobleza, a la generosidad y entrega personal; la única que da seguridad y optimismo en medio del general fra­ caso y decepción que se observa actualmente en todos los campos de las acti­ vidades humanas; nada humano ofrece una segura confianza. En este am­ biente el Evangelio puro, rebosante de fe y de esperanza; austero, pero lleno de amor y optimismo, tiene que despertar el oiavor entusiasmo. E l Francis­ canismo tiene la misión de presentarlo. San Francisco quiso que su Orden fuese siempre la expresión viva del Evangelio puro y sin glosa. A l dárselo como regla de vida, les imponía la obligación de amarlo entrañablemente, de ahondar constantemente en su intim idad insondable para hacer florecer en cada momento, en cada época, en cada situación d ifícil, la solución con­ creta y la amorosa comprensión que la caridad de Cristo les dicte, como re­ medio de todos los conflictos y de todas las angustias. V iv ir el Evangelio de Jesucristo; he ahí la norma precisa del Francisca- nismo. Renovar la vida en sí y en torno suyo conforme al Evangelio con la fuerza del ejemplo y la predicación de penitencia. San Francisco consciente­ mente dejó de poner el estudio entre sus medios de acción, porque quiere im itar ante todo a Jesucristo pobre, hum ilde, amante y paciente. Quiere lan­ zar a los suyos, pobres y simples, por amor de Cristo, entre los simples y po­ bres. Quiere que actúen sobrenaturalmente, evangélicamente, en el corazón de la realidad por angustiosa o repugnante que sea. T a l es la misión espe- cialísima de los franciscanos. Las geniales intuiciones de San Francisco son hoy tan actuales y necesa­ rias como entonces. Se siente la necesidad de dar ante todo el testimonio de desprendimiento de los bienes terrenos y de amor evangélico, como el de Jesús, el «amigo de los publícanos y pecadores», según la acusación de sus contemporáneos. Jesús no desdeñó a los pobres; más aún, comió y bebió con gente de mal v iv ir, con esa gente de quien todos se guardan y a quien se cierran todas las puertas y se niegan todos los derechos; hasta el derecho a la caridad, porque son unos degenerados, se dice. Como si no fuesen ellos, los degenerados, a los que hay que regenerar y redim ir. San Francisco los encontró también en su camino y los acogió en su cari­ dad, con escándalo de alguno de sus mismos frailes que no había calado tan hondo en el espíritu del Evangelio. A lguien, en cierta ocasión, se gloriaba

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