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1 8 0 E l jran ciscan ism o: su va lo r y a ctu a lid a d social bito austero y les ciñe con una cuerda, como un símbolo. La cuerda les ata a Cristo y a sus enseñanzas d ifíciles; les ata también y une a todos los her manos penitentes en una Hermandad que hace de cada uno un humilde servidor de los demás. Pero la cuerda debe ser también un cilicio que les de fienda de la frivolidad, de la comodidad, del respeto humano. La cuerda será también como un látigo que condenase las blanduras y todas las hipocresías de una sociedad que tiene, como ellos, la obligación de ser sinceramente cristiana. De este modo, un cristianismo fervoroso, juven il, se expandía con mara villosa rapidez en torno de los Frailes Menores, lo cual llegó a alarmar al elemento eclesiástico oficialmente encargado del pueblo; ellos vivían tran quilamente confiados en lo arraigado de la fe de sus fieles, sosteniendo una vida rutinaria y enfermiza. De pronto observan que sus iglesias se vacían y que sus ingresos disminuyen, porque todos se sienten arrastrados por la vida nueva y ferviente que brota junto a los nuevos apóstoles del Evangelio. Nada más significativo a este respecto que la protesta elevada contra esta fuerza invasora que constituía, al parecer, una amenaza para sus viejas tra diciones y , lo que es peor, para sus ingresos económicos ( 3 ). Aquello resultó ser para los pastores de almas una lección que se ha tar dado en aprender y practicar. Y es que solamente comprometiendo a los fieles en un cristianismo exigente, dinámico, y apostólico es posible domi nar a las masas. La Acción Católica deberá ser el resultado de esta experien cia, iniciada espléndidamente por San Francisco. Fué verdaderamente sor prendente que popularmente se viviese el cristianismo a una altura y perfec ción que a lo sumo puede encontrarse en los monasterios. De nuevo ser cris tiano era algo entrañable para todos los hombres, que decidía su conducta no sólo en los actos religiosos, sino también en el trabajo, en el negocio, en la política, en las diversiones. U n negociante o un rey terciario era algo de cisivo en sus respectivas conductas, como negociante o como soberano. E l Franciscanismo rompió el muro que separa, en la vida de la mayoría de los cristianos, su fe de su conducta, sobre todo de su conducta social y que con vierte su vida religiosa en ese absurdo «cuarto de estar», desde donde contem plan con temor a un mundo que mudamente les está pidiendo amor. E l terciario franciscano es constantemente empujado a salir de su cuarto, a romper ese muro, para dar ante todo amor, amor sobrenatural, amor huma no y entrañable que despierta todas las ingeniosidades y provoca todas las iniciativas y heroicidades con que el Franciscanismo ha sorprendido en otros tiempos al mundo. Las estructuras sociales cambian a través de la historia, pero la naturaleza humana y la misión del Franciscanismo es siempre la mis ma a través de los siglos. (3 ) F k e d e g a n d o d e A ., o . c ., p á g . 130 .
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