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P . T om ás d e Fon tan il 165 conocer por sí mismo; la pasividad intelectual del educando, acostumbrado a que otros piensen por él, es la mayor desgracia que puede darse en el orden intelectual, en la realización de verdaderas y auténticas personali­ dades. Pero no es necesario provocar estas situaciones, casos parecidos a éstos, casos de verdadera negación intelectual, los encontramos sin buscarlos. Con relativa frecuencia, cuando se trata, por ejemplo, de dar el parecer sobre algún asunto grave, hasta de labios de personas que han estudiado una ca­ rrera, oímos éstas o parecidas palabras: « Y o ... lo que diga la mayoría.» Esto es, a dónde vas, Clemente; a donde va la gente. A éstos tales llama Una- muno «los pobres de espíritu». En el orden intelectual, solamente de los espíritus que piensan por sí mismos se puede esperar algo, porque solamente éstos viven y son capaces de acción, los que no piensan por sí mismos, están muertos intelectualmen­ te ; por tanto nada se puede esperar de ellos en la vida científica. Saber pensar, saber formarse criterio, esta es el alma de toda vida inte­ lectual. E l educador que quiera emplear con la máxima eficacia el método ac­ tivo al educar la inteligencia de sus alumnos, ha de tener presente que el secreto para saber manejarlo diestramente está en el arte de interrogar, sa­ ber preguntar. Este es el factor esencial en la técnica y condiciones de éxito en el empleo de este método. ¿Cuál es la primera cualidad necesaria para enseñar bien?— se preguntó en cierta ocasión a un viejo profesor— . «Saber preguntar— respondió— . ¿Y la segunda? «Saber preguntar.» ¿ Y la tercera? «Saber preguntar, y siempre saber preguntar.» Ciertamente que no hay un criterio más seguro para conocer el valor pe­ dagógico de un maestro, nada que manifieste mejor y más inmediatamente su ciencia,, su inteligencia y su método que su modo de preguntar a los alumnos. «Saber preguntar— se ha dicho— es saber enseñar.» Y al hablar de la técnica en el empleo del método activo, quizás el mejor modo de exponerla sería, sin duda alguna, asistir a una clase del gran maes­ tro de este método, el que pudiéramos llamar inventor, el que ha sabido manejar esta forma de enseñanza como quizás no lo sabrá hacer ningún otro educador, Sócrates. Vamos a escuchar por unos momentos al gran maestro del método acti­ vo. Está en clase rodeado de sus discípulos. Sócrates está discutiendo con Critias en qué consiste la sabiduría. Cn tias.— ...P e ro ahora estoy resuelto a sostenerme con razones, si no me concedes que la sabiduría consiste en conocerse a sí mismo. Sócrates.— Pero, mi querido C ridas, obras conmigo como si tuviese la pretensión de saber las cosas sobre que interrogo, y como si yo no tuviese

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