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164 D esarrollo y educación ele la in teligen cia La esencia, pues, del método activo se halla en el «factor personal», es decir, el esfuerzo propio del educando, su trabajo individual. No ha de contentarse el maestro con que el alumno trabaje con las ideas y conocimientos que le han sido comunicados, es necesario que vaya éste, que se lance sin miedo, bajo la vigilancia del maestro, en busca de otras nuevas y desconocidas. Este trabajo es el que propiamente educa la inteli­ gencia. No se trata de producir papagayos, sino hombres con personalidad propia que saben em itir su opinión y pensar por sí mismos. En el método activo se considera al alumno como principal actor en la obra de su educa­ ción. E l es quien observa, experimenta, pregunta, y llevado de la mano del educador no con el «magister dixit» tradicional, sino procurando hacerle ver y palpar por sí mismo la verdad que busca e investiga. E s el educando el que ha de crear su propio saber, no la imposición dogmática del maes­ tro. E l único principio de la verdadera educación intelectual es el trabajo que se experimenta al encontrar por sí mismo la verdad es casi infinito. No existe recompensa ni estímulo superior a éste, porque la me­ jor emulación, acaso la única aceptable en materia de educación, es la emu­ lación personal, ese ir superándose uno a sí mismo y contemplar su perfec­ cionamiento. N o faltan educadores, por desgracia, que en vez de educar la inteligen­ cia de sus alumnos, lo que hacen es deformársela, impidiéndoles de un modo indirecto y quizás alguna vez directo, la reflexión personal, creando en ellos el vicio de la pereza espiritual, acostumbrándoles a esperar siempre el pa­ recer ajeno antes de dar el propio, en una palabra, «a encomendar a otros el trabajo de pensar por ellos». Aquel que tenga un poco de espíritu de observación psicológica se dará cuenta que el número de espíritus deformados es muy grande en todas las esferas sociales. N o deja de resultar curiosa esta sencilla experiencia, tomadas las debi­ das precauciones. Cuando se trate de probar una tesis en clase, el profesor dará un argumento que no pruebe la tesis en cuestión. A ver cuántos de los alumnos que tiene en la clase manifiestan de una u otra forma, ya sea de palabra, ya por un simple gesto, que aquel argumento no les convence. Y para mayor seguridad, el profesor puede cerciorarse de un modo indirecto, haciendo preguntas a los alumnos sobre el argumento dado. Si los alumnos se quedan tan tranquilos, si no dan señales algunas de reacción, entonces bien seguro puede estar el profesor de que sus discípulos están muertos in­ telectualmente. Podría muy bien colocar en los puestos de sus discípulos otros tantos papagayos y obtendría el mismo resultado. E s la pasividad asfixiante de que tanto nos hablán los educadores, que han visto con claridad el verdadero y único camino para formar verdaderos espíritus, espíritus fuertes que saben fundamentarse en el verdadero saber, personal E l p

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