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P. T om á s d e F on tan il 169 nar su materia a la perfección, competencia que ha de demostrar ante sus discípulos al explicarles la materia, a fin de inspirarles confianza, optimis­ mo e interés por sus explicaciones. 5 ) Una gran personalidad del profesor ante sus discípulos: magnetismo, prestigio. 6 ) Poder contar con respuestas ines­ peradas por parte de los alumnos. 7 ) E l profesor debe inspirar siempre op­ timismo con su ejemplo, no desanimarse jamás. H e podido observar en el tiempo que llevo dedicado a la enseñanza que ciertamente el empleo del método dogmático en una forma machacona e insistente llega en ocasiones a deslumbrar 1111 poco, pues tiene un mayor re­ sultado aparente, en lo que se refiere al rendimiento escolar, preparación de un examen, de unas oposiciones. Pero de un resultado catastrófico en lo que se refiere a la educación de la inteligencia. Y lo principal, como vulgarmente suele decirse 110 es una cabeza bien llena, sino bien hecha; vale más un buen saber, que un buen haber, porque el buen haber se acaba, pero el buen saber no se termina nunca . Cuentan de un joven príncipe, que como se le hiciese muy d ifícil y cues­ ta arriba aprender la lección, dijo un día a su M aestro: «Es necesario que V d . disminuya la dificultad de la ciencia para que yo pueda aprenderla sin esforzarme.»A lo que el viejo preceptor le contestó: «A lteza, la ciencia es como la muerte, no respeta a leves ni a príncipes, ni a potestad alguna.» Las ciencias educativas han pasado ya a formar parte de las ciencias expe­ rimentales. Por esta razón, exceptuados los problemas de la Flosofía de la educación, cuando se trata de resolver algún problema educativo, no hay más remedio que acudir al método científico experimental, si se quiere salir del campo de lo op’nable y llegar a una solución científica. «En la Pedagogía empírica todo ha sido dicho, muy agradablemente redicho y muy sutilmen­ te contrad icho ..., pero nada o muy poco ha sido probado». ¡E s realmente el país de los ciegos, en el que los tuertos son reyes! E l gran prejuicio de los empiristas es precisamente este soberano despre­ cio de la prueba de hecho. Con demasiada facilidad se conforman con sus modestas soluciones personales: «cada cual con su verdad», como dice Pi- randello. Y la razón de esta lamentable actitud arranca en gran parte del detestable hábito que han adquirido de no considerar más que un aspecto del problema planteado; como si las cosas pudieran ser tan simples. Tomemos un ejemplo corriente: Se trata de indagar la causa de un fra­ caso patente en el rendimiento escolar. Tres elementos entran en juego en sentido estricto, si bien pudieran entrar otros varios: 1 ) los programas; 2 ) los métodos, y 3 ) los maestros. D irá uno: «No son los maestros ¡os que han fracasado; no hay méto­ do que sea totalmente malo; se trata de unos programas sobrecargados e in­ digestos.» Afirm ará otro: «Los métodos no son tan defectuosos; las partes de un programa nunca son totalmente aburridas y fatigosas; pero, desgraciada

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