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ble misericordia, se describen con una tal angustia que inefablemente suscita la adoración y la alegre entrega al Señor. N o faltan por contraste, las ingenuidades, las alegrías, los profundos con­ suelos y las inapreciables calidades humanas, sobrevaloradas por la gracia, en otros tipos sacerdotales novelísticos, y que subsisten, a pesar de todo, con resultados desconcertantes para el lector. Así, el P. Smith, de Bruce Marshall, en su novela, hilarante y profunda, El M und o, la Carne y el P. Smith, donde la comprensión ingenua del sacerdote, al tratar de cerca con lo hu­ mano, llega a convertirse en una mezcla indefinida de humor, de santa re­ latividad, de indiferencia e irenismo con sus riesgos consiguientes ante las convicciones y costumbres de los hombres y de las mujeres. En realidad dentro de la misma línea y acaso com o réplica a los tipos anglosajones de sacerdotes novelados, tales com o el protagonista de la pelí­ cula Siguiendo mi Camino y de Las Llaves del Reino, de Cronin, el Don Camilo, de Guareschi, responde a otro tipo sacerdotal fabulísticamente hi­ perbolizado, cuya fe intrépida no se sabe si es ün resultado de sus convic­ ciones o un gesto individual de temperamento luchador, aunque todo ello está suavemente iluminado por las palabras y reacciones de su conciencia que le habla por medio de un Cristo de madera. Bernanos se ha enfrentado con una serie de tipos sacerdotales, no sólo con el del protagonista de su famosa obra El Diario de un cura de aldea. Los hay allí de todas las trazas: el cazador fuertote, padre brusco y de enor­ me sentido espiritual de su grey; el intelectual y refinado, un poco volte­ riano y místico a la vez, candidato a prebendas; el heroico, juvenil y deci­ dido que elige la avanzada de la evangelización; y el protagonista, con todo su complejo humano de las mejores intenciones, de espiritualidad más in­ tensa, pero que tiene que luchar con sus propias ilusiones y novatadas en el ministerio y con sus taras hereditarias y fisiológicas. Otras novelas con tema sacerdotal dentro de esta misma línea, son Dios necesita de los hombres, de Quefélec; y Pescadores de Hombres, de Van der Meersch. Sólo nos detendremos un momento en la de Cresbon, Santos en el Infierno. El infierno de que aquí se habla es el proletariado, y los santos, los sacer­ dotes obreros. Los tipos principales son el P. Pierre, y Magdalena, joven obrera consagrada a la M isión de París y brazo derecho del sacerdote obrero. El P. Pierre es hijo de un minero, que con otros compañeros quedó sepul­ tado en una mina. Logró salvarse, pero doce no volvieron a salir. El P. Pie­ rre pide trabajo en una fábrica de los arrabales, y sucede al P. Bernard, re­ ligioso, que regresa a su convento. V iv e en un local pobrísimo en compa­ ñía de otros sacerdotes "obreros, con dormitorio, cocina, sala de visitas, que es también oficina de Magdalena. El P. Pierre atiende las visitas todas las tardes, después de salir de la fábrica. Luego viene la misa, y la comida, du­ rante la cual despacha con los invitados imprevistos. En torno al P. Pierre 112 Reflejos de la predicación sagrada en la literatura actual

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