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Otro aspecto de la predicación actual que es digno de tenerse en cuenta, y que en parte puede contribuir a que la oratoria actual sea personalmente poco brillante, es la predicación dirigida, la señalada previa y colectivamente para los párrocos, los misioneros, los capellanes y directores de congregacio­ nes, para días determinados. E l que esta dirección sea justa y necesaria no quita que la predicación en el mismo orador dirigido hasta ese punto pierda el interés artístico y el calor de la creación o construcción personal, como obra literaria. Naturalmente que la unidad de acción, la obediencia íntegra a la jerarquía, la puesta en práctica de unas mismas consignas, la unanimi­ dad de la enseñanza eclesiástica, no sólo en las cosas fundamentales sino en las mínimas de la vida, y la atención, sobre todo, a las necesidades de los fieles, son valores indudablemente más preciosos que el brillo de la predica­ ción como arte y aun como ministerio. Frente a esas formas que reconocemos vitalmente en decadencia, no sabe­ mos si transitoria, las viejas e imprescindibles formas tradicionales y canóni­ cas de la predicación siguen en todo su esplendor y eficacia: la catequesis, la homilética, la misión general, los ejercicios. La incorporación de nuevos me­ dios técnicos: prensa, radio, televisión, pueden suplir y aun aventajar la anteriormente aludida decadencia de otras formas. Personificación de la perenne eficacia y adaptabilidad del ministerio de la Palabra D ivina son los predicadores sagrados que triunfan actualmente, tales como el Obispo auxiliar de Nueva Yo rk , Monseñor Fulton Jhon Sheen y el P . Lombardi, por no referirnos más que a personajes de todos conoci­ dos y aceptados. Con la enumeración de las cualidades y características que se les atribuye cerramos este trabajo, y ellas servirán al mismo tiempo para indicarnos las que nos parecen oportunas y deseables en la predicación sacer­ dotal de ahora. Monseñor Sheen no desdeña ninguno de los instrumentos que la propa­ ganda moderna le ofrece para difundir el Reino de Dios y de la Iglesia. E l lema y el título de su predicación es «Vale la pena vivir» . Según él, la auténtica posición de un católico es la de ser consecuentemente optimista. Todos los temas que puede abarcar la mente humana, con la variedad y ri­ queza de sus puntos de vista, pueden y deben ser impregnados de sentido religioso. E l amor y la bondad cristianos son la mejor medicina de los males sociales. H ay que hablar de la política, subordinándola a la moral. Los erro­ res contenidos en las modas literarias y filosóficas deben ser sacados a luz, denunciados y refutados. E l ideal más grande de reforma no es la sociedad, de inmediato, sino el hombre. La exposición ha de discurrir lisa y llana­ mente, en lenguaje a todos accesible, sin retórica, sin ataques personales, sin exaltaciones y sin insinuaciones. Dícese que su dialéctica estriba en ofrecer, con la doctrina, la lógica y la autoridad de la Iglesia, al hombre atormentado, desesperado y vacilante, 144 R e fle jo s d e la p red ica ción sagrada en la litera tu ra actual

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